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¡Muera 2007!

Vivimos atenazados entre un consumismo desenfrenado y el creciente temor a amenazas que se ciernen sobre nosotros, no ya al cabo de decenios sino de años. Las predicciones sombrías de los científicos y las que formulan algunos politólogos se precisan al hilo de los días con nuevos elementos probatorios: cambio climático, erosión del ecosistema, progreso insostenible, terrorismo, proliferación nuclear. El engranaje parece imparable y, previsiblemente, no se parará.

¿Qué hacemos de nuestras vidas y de las que tomarán e1 relevo? Quienes deciden en las altas esferas no se lo plantean siquiera, con la vista fija en el mantenimiento de su poder efímero y la nueva convocatoria electoral. Todo se mide en función de ello y los malos agüeros son descartados de sus alicortos programas.

¿Estamos ciegos o no queremos encarar el futuro, un futuro cada vez más problemático y sujeto a un conjunto de factores que ya no controlamos? Sintomáticamente, el discurso religioso se impone al político con su fatalismo y visión maniquea. La violencia, incluso la más devastadora y mortífera, puede ser un medio legítimo o una estratagema de la divinidad si al final nos aguarda la recompensa de ésta.

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Hay que leer la prensa capaz de expresarse libremente para advertir la acumulación de nubarrones que oscurecen nuestro horizonte: 70 millones de africanos deberán huir de sus zonas costeras anegadas por el océano; países enteros serán tragados por las aguas; otros, se desertizarán por completo y sus habitantes tendrán que buscar un refugio que nadie querrá ofrecerles; el selecto club de los dotados con un arsenal nuclear se abrirá a nuevos socios e, invocando razones de seguridad o un destino manifiesto, cualquiera de ellos podrá servirse de él sin reparar en las consecuencias de su encomiable misión preventiva...

Mas el peligro no es ya exclusivo de los Estados, sean "golfos" o "buenos", ni del fundamentalismo irracional de la industria armamentística: proviene también de la propagación de medios de aniquilación asequibles a mafias y grupos radicales. El posible uso de armas bacteriológicas o capaces de irradiar a un individuo, barrio o ciudad ha dejado de ser tema de las superproducciones cinematográficas al servicio de nuestras neurosis -¡cuántas veces no contemplé e1 desplome de rascacielos neoyorquinos antes del fatídico 11-S!-, para convertirse en una perspectiva real. La diseminación chapucera de gas serín en el metro de Tokio o de "bombas sucias" ensayadas aun con escaso éxito, son probeta de acciones de mayor y más implacable mortandad. Y otra vez Hollywood nos procura el modelo: el chantaje de un núcleo duro de criminales o iluminados fanáticos a una urbe aterrorizada e indefensa.

El polonio 210 abre una nueva fase -un salto cualitativo, como decían los marxistas hace tres décadas- en el imaginario colectivo en el que se funda el terror. Los internautas lo saben mejor que nadie. Numerosas páginas de la Red dan cabida a preguntas, intercambio de datos e informaciones "útiles" sobre el isótopo tras la eliminación del ex espía Litvinenko. Filmes, videojuegos, les seguirán en breve plazo. La industria destinada al consumo infantil no tardará en explotar el filón. Si me irradias, te irradio. El día en que la nueva forma de exterminación dolorosa escape de los laboratorios y se propague en algún lugar del planeta, la noticia nos sobrecogerá sin sorprendernos en exceso, en la medida en que forma parte de nuestra coexistencia con el terror virtual. La especie humana prefiere esconder siempre la cabeza bajo el ala, pero los científicos rebeldes a ese "fatalismo risueño" del que hablaba Octavio Paz nos previenen del peligro sin ser escuchados por los mandamases ni por nuestras sociedades acunadas por mitos y nanas en las que el infeliz diablo ha sido substituido por fábulas y alucinaciones dantescas de tecnoficción.

El pasado 27 de diciembre dicté por teléfono a la redacción de Opinión de este diario un artículo titulado Polonio 2007 que concluía con un sueño de angustia y ansiedad: la irradiación del isótopo en la terminal cuatro de Barajas. El monstruoso atentado de ETA tres días después nos disuadió de publicarlo no obstante la verificación cruel de que todos somos presa fácil para la cruda realidad de un mundo irracional y de propensiones suicidas, sujeto a delirios sangrientos de supuestos imperativos patrióticos o de misiones apocalípticas encomendadas por la divinidad.

Pensé entonces en la absurda celebración de Año Nuevo y me identifiqué con los manifestantes que en la ciudad francesa de Nantes expresaban su repulsa a 2007, al cómputo del tiempo que nos aproxima al desastre ecológico de nuestro perdido e insignificante planeta: una cuenta atrás inexorable, como la del reloj de arena. Dada la imposibilidad de sumarme a aquel grupo de ciudadanos lúcidos, imaginé el contenido sarcástico de los carteles y banderolas de una solitaria y risible manifestación mía en el patio de mi casa, en presencia de mis dos sabias tortugas: "Aprovecha nuestras últimas ofertas de villas selectas protegidas contra cualquier irradiación nuclear", "Adquiere ya tu refugio antiatómico unifamiliar dotado con toda clase de comodidades modernas" o "En razón de la creciente escasez de los recursos hidrográficos el consumo de agua se reservará en exclusiva al riego del campo de golf de tu urbanización". Se me ocurrían otras consignas solidarias y de alto contenido social, pero el patio no daba para más. Las tortugas asentían a mi protesta contra el maldito 2007 y creí adivinar una sonrisa irónica en las cabecitas que emergían de su recio y tierno caparazón.

Juan Goytisolo es escritor.

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