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Columna
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De la tecnología a la 'persología'

En épocas de grandes cambios es corriente vivir de viejas cantinelas. Una, muy pesada y extendida en los análisis económicos, los artículos de aficionados y los editoriales de periódicos, es la referida a la exigua atención española al I+D+i.

En principio, esta tabarra no hace mal a nadie ni, al cabo, dice concretamente nada. Desde Echegaray y Cajal la queja en torno a la mísera investigación científica española y su olvido oficial ha sonado como una pura melancolía de la patria. En esta palinodia seguimos.

La coyuntura económica actual luce gracias al consumo y el boom de la construcción pero ¿qué ocurrirá con el crecimiento del PIB cuando la tendencia cambie y las empresas, faltas del debido I+D+i, no consigan exportar sus productos?

Evidentemente, exportarán cada día menos y, de todos modos, fabricarán en otros puntos del planeta con costes menores y, en consecuencia, el empleo y la prosperidad interior se resentirán notablemente. ¿Se resentirán?

El I+D+i, erigido en piedra filosofal de nuestros días, se asocia instintivamente con la alta tecnología y la invención instrumental. Su sentido, sin embargo, no termina ahí. Prácticamente en ninguna de las ciencias duras, desde la física a la biología, es ya imposible españolear, y cualquier investigador que aspire hoy a una formación y desarrollo apropiados debe dirigirse a los centros internacionales de cabecera donde una multinacional de alcance planetario, más que un Estado, aportará los fondos que le interesen a su industria farmacéutica, electrónica o aeroespacial.

A la escala de España no hay nada que hacer. Pero no pertenece tampoco a su quehacer. Habrá profesionales que sorprendan de vez en cuando con la resolución de una aporía, una célula madre o una cirugía de nariz, pero, en conjunto, el territorio reproduce el mapa heroico donde flota aún el submarino de Peral, el autogiro de La Cierva o la histología de Cajal. El resto son instalaciones insuficientes, bajos sueldos y pródiga frustración.

Existe, sin embargo, otro I+D+i del que se oye hablar poco y para cuyo éxito España se encuentra en posición excepcional. Se trata de toda la Investigación, Desarrollo e Información referidos no a la high tech sino a lo que Toffler llamó la high touch (contacto, experiencia afectiva) revalorizada extraordinariamente en nuestros días.

Las personas y no los artilugios, los servicios personales y no las máquinas expendedoras, la calidad del espacio y el clima, la belleza del paisaje y la riqueza monumental, la buena gastronomía y la atmósfera humana se cotizan cada vez más. Valen más que el último grito tecnológico porque su ciencia es más difícil o imposible de transmitir.

Cuesta mucho asumir que España, el segundo país turístico del mundo, no haya creado todavía un superministerio del ramo. Y no sólo destinado a hacer marketing o formar camareros, sino a ordenar integralmente el territorio, volcarse en amenidades y rehabilitaciones, en la protección de la naturaleza, los montes y las playas, la gastronomía, el silencio, la limpieza, el urbanismo y la arquitectura.

A diferencia de lo que ocurría hace unos años, las ciudades obtienen su mayor vigor no a partir de los recursos financieros o materiales sino de los creativos. Richard Florida ha explicado este fenómeno en The Rise of the Creative Class (Basic Books. Nueva York, 2002), siendo creativos no sólo los hombres de ciencia y tecnología sino los publicitarios, los diseñadores, los psicólogos, los periodistas, los pintores, los guionistas, los autores de webs y software. Todos ellos capaces de trabajar a distancia y especialmente sensibles a habitar aquellos países y localidades donde se goza de calidad de vida.

Elevada calidad de vida y no alta tecnología, persología antes que tecnología, para la cual hemos demostrado la mayor molicie o impotencia oficial. Pero, a cambio, con 60 millones de personas solicitando residir temporal o definitivamente en España ¿qué esperan los de la I+D+i para hacer efectiva la más diferencial y productiva condición de España?

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