Juan Maeso, una obsesión para las víctimas
Los afectados quieren que el médico vaya a la cárcel y que la Generalitat les pague ya
"Al principio tenía dudas. Le miraba y pensaba que tal vez no había sido él. Ahora no me queda la menor duda de que es culpable". Con matices, con más o menos vehemencia, las sensaciones de Ana María Toril son comunes a los afectados por el contagio masivo de hepatitis C.
No han sido asistentes fieles. La sala de vistas especialmente habilitada para un juicio con 171 abogados ha tenido prácticamente vacíos los bancos dispuestos para el público. Amparo González, presidenta de la asociación de afectados de hepatitis C en Valencia, explica que "para cada uno de ellos asistir al juicio es un dolor añadido, la mayoría lo vive como un calvario y muchos en absoluto silencio y anonimato, sin hacerse incluso los controles periódicos para no saber cómo evolucionan y evitar así el dolor de su familia y el rechazo".
"Estuve sola con él dos horas en el quirófano. Manipuló la jeringuilla sin dejarme ver"
Pero en los días clave, algunos, casi siempre los mismos, han atendido a las declaraciones. Ana María Toril, Carmen Bonafé o Antonia Muñoz son algunas de las afectadas que más cerca han vivido, y viven, el día a día del juicio. "Los demás, la mayoría, sólo cuentan el tiempo que falta para que acabe. Nos reunimos cada 15 días, ponemos en común las sensaciones que tenemos, el estado en el que estamos. Es muy desesperante. Y sin ayuda alguna", afirma Amparo González, quien estuvo en la causa sólo seis meses y luego quedó fuera del sumario por falta de carga viral, que impidió sus pruebas genéticas.
"Mi marido me pidió hasta el último día de su vida que yo no dejara nunca esto", confiesa Ana María Toril para explicar por qué acude a la sala. Tiene 59 años y dos hijos. Su marido, Vicente Chávez, era empleado de Telefónica. Fue intervenido en Casa de Salud en tres ocasiones. En la segunda operación, el anestesista fue Maeso. Así lo considera acreditado el fiscal. Ana María asegura que su marido reconoció a Maeso en cuanto lo vio en televisión. En marzo de 1998, cuando el contagio masivo se hizo público, Vicente Chávez supo que tenía hepatitis C. Murió el domingo 11 de septiembre de 2005, el día antes de que se iniciara el juicio al médico. Tenía 62 años. "¿Me pregunta qué siento?... Es un sinvergüenza. Yo soy el doctor Maeso y me pongo de pie y le digo al fiscal que me lleve a la cárcel. No ha tenido dignidad".
Amparo González relata que en las reuniones los contagiados repiten que quieren justicia y que la Generalitat Valenciana adelante las indemnizaciones. "Sé que es un sueño, pero nosotros querríamos que él no pudiera recurrir y que la Administración, aunque pueda, no lo haga. Esto ha sido muy largo. En el camino se han quedado sueños, trabajos, familia. La mayoría de parejas se ha separado. Es muy difícil soportar que durante los ocho años de investigación todo gire alrededor de Maeso, como una obsesión. Y esa obsesión se suma a cambios de vida y a tratamientos feroces".
Según Amparo, los afectados viven mal que Maeso sonría en la sala. "No ha tenido ni un momento de emoción, ni un gesto en el que se adivinara arrepentimiento. Eso les deprime".
Esas afirmaciones coinciden, por ejemplo, con las de Antonia Muñoz. Tiene 69 años, tres hijos, dos rodillas muy fastidiadas por desgaste de cartílagos y un enorme cansancio. "Este señor está viendo la luz, que es lo más hermoso que hay. No es justo". Ella dice que nunca tuvo dudas. "Estuve sola con él dos horas en el quirófano. Manipuló la jeringuilla sin dejarme ver", cuenta. Le cuesta definir cómo se siente cuando parecen quedar apenas dos meses para el final de la vista oral. "Mi sensación dominante es la de impotencia. Y le miro y pienso que es una mala persona. No se equivocó, no está loco, es malo". Ha pasado por la biopsia, por el tratamiento de interferón, por perder piezas dentales, uñas, pelo, peso, estabilidad emocional, ganas, fuerza, ánimo. Un cuadro común. "Y sin una ayuda de la Generalitat. Ni una carta. ¿Cómo puedo sentirme?".
Carmen Bonafé asiente. "Esto, él... sale lo peor de mí. Yo fui a La Fe en 1993 por un legrado. Tenía 29 años, marido, trabajo, amigos, una vida. Hoy, tengo 42, un 50% de incapacidad, no tengo pareja, me dejaron estéril, estoy enferma porque alguien así lo decidió, he perdido mi entorno, mi proyecto de vida desapareció. Y él está ahí, a tres metros de mí, negando la evidencia".
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