Una cigarrera en popurrí
En el terreno de la creación coreográfica como tal, en el siglo XX, hay al menos cinco Cármenes decisivas y de todas ellas algo hay en la de Oller. Y eso es bueno: el arte coreográfico se cimienta, en parte, en el usufructo de la experimentación y del pasado. Oller sitúa la acción en la azotea de una fábrica de tabacos en Sevilla, atemporal a veces, otras en los años veinte o treinta. No se sabe bien. Tampoco importa. La obra discurre con claridad, en intensos diálogos corporales. Destaca con mucho la francesa Sandrine Rouet en Carmen y la acompañan con corrección Mari Carmen García en la Gitana y Vicente Palomo como José.
La escenografía esmeradamente realizada cumple con el efecto buscado, igual que las luces. No pasa lo mismo con la banda sonora, que resulta demasiado ecléctica y de popurrí. La coreografía es organicista, envolvente y acaso más teatral sin dejar de poner grandes frases y materiales de virtuosismo bailado, donde los artistas despliegan sus posibilidades en giros, saltos y otras evoluciones comprometidas. La presencia del agua y el albero es ocasional pero de gran efecto y la tragedia final está imbricada en una acción dinámica de excelente tensión teatral; no en vano la obra viene precedida de éxitos de crítica y giras internacionales de postín.
Compañía Metros
Coreografía y dirección: Ramón Oller; música: Georges Bizet, Martirio y otros; escenografía: Joan Jorba; vestuario: Mercè Paloma; luces: Gloria Montesinos. Teatro de Madrid. Madrid, hasta el 21 de enero.