El periodista de la cooperativa
Pedro Morales Moya, escritor, funcionario, político, es uno de los decanos de la prensa alavesa
PEDRO MORALES MOYA, funcionario público, político por compromiso, impulsor de una cooperativa, periodista siempre, acaba de inaugurar una nueva colección en la editorial Ikusager que pretende prestar atención a las facetas que hasta ahora se han considerado secundarias en el estudio de la Historia. El pan de cada día. Apuntes para una historia del pan en Álava se puede entender también como una metáfora de quien ha mostrado una preocupación por el bienestar de sus conciudadanos.
La trayectoria vital de Pedro Morales Moya (Espejo, Álava, 1922) responde en buena parte a la del hombre hecho a sí mismo, la de quien, animado por una curiosidad infinita y espoleado por una idea de la justicia básica, salta de un pueblo de la comarca alavesa de Valdegovía hasta el primer parlamento de la democracia para regresar a reflexionar sobre la pequeña historia de su territorio, que bien conoce desde su dedicación al periodismo. Y, además, ha criado siete hijos.
"Somos de una generación que sufrió la época del hambre, en la que la gente en su mayor parte nos 'autoformábamos'. Si tenías curiosidad, conseguías adquirir unos conocimientos, pero después del trabajo, porque la mayor parte de nosotros tuvimos que emplearnos en los oficios más diversos", recuerda Pedro Morales Moya. Su padre era médico, pero falleció en 1945, en medio de una crisis económica brutal en la que se decía aquello de que "los precios suben en el ascensor y los salarios, por la escalera". "Entonces, con mis hermanas tuve que buscar trabajo para poder comer, literalmente".
Su primer destino le llegó en un banco en Pontevedra. Y en Galicia también realizó el servicio militar. "Un cuartel, entonces, era un campo de concentración mejorado", resume el autor de El pan de cada día, libro quizás escrito como reivindicación del alimento básico que tanto faltó en su juventud y, también, en aquel cuartel de Santiago de Compostela. En una España de los 40 donde los comportamientos sórdidos y corruptos estaban a la orden del día, Morales Moya los descubre en todos los ámbitos: en el banco, en el Ejército, en la Iglesia y también en la Diputación de Álava, donde comienza a trabajar cuando acabó la mili.
"Después de ver muchas de aquellas corruptelas, se me forma un criterio propio, una rebeldía íntima. Me aparto de todas las prácticas religiosas, de toda vinculación con lo militar, con el régimen, en el que la inmensa mayoría de los cargos públicos y privados utilizaban las instituciones y las empresas y sus trabajadores en beneficio propio", expone el periodista que con esa conciencia comienza a colaborar en La Voz de España de San Sebastián, un periódico del Movimiento.
El periodismo entonces era un trabajo muy rutinario. "Estabas sometido a una censura. Estaba vedado hablar de la iglesia, del ejército, de las autoridades; había que recurrir a colaboraciones literarias y a informaciones dictadas. Yo rompí eso con unos comentarios críticos". Morales Moya decidió contar lo que sabía y avalarlo con datos: información pura y dura. "Ataqué una serie de corruptelas que había en el Ayuntamiento de Vitoria y en la Diputación de Álava hasta que llegó un momento en que no podían más", explica. Efectivamente, a pesar de la represión del régimen, la sociedad vitoriana de la época se empezó a indignar al conocer las corruptelas. "La gente no es tonta: si tú cuentas que uno ha robado y ofreces las pruebas, el lector ya sacará sus propias conclusiones", explica.
Morales Moya era incómodo para las autoridades y le denunciaron. "Dijeron que hacía viajes a Francia y tenía contacto con una célula comunista. Una denuncia falsa, pero como vi que ponía en un aprieto al periódico me dirigí a Manuel Fraga, recién nombrado ministro de Información y Turismo, quien paró la cuestión a cambio de que abandonara el periodismo".
Su salida temporal del periodismo coincidió con la aparición de nuevos medios de impresión, el famoso offset. "Coincidió, además, con la salida de la Escuela Profesional Jesús Obrero de un grupo de chavales que se animó a poner en marcha una empresa", aclara. Así nació la cooperativa Evagraf, que no estaba inspirada ni en las teorías del padre Arizmendiarrieta de Mondragón, ni tenía referencias marxistas o cristianas. "Simplemente apliqué las teorías de juego limpio con los trabajadores", recuerda. No todos asumieron esta práctica cooperativa, pero para los que se quedaron fueron años intensos: "Una auténtica escuela de formación", resume.
Fracasado de la política
A mediados de los 70, al filo de la muerte de Franco, Pedro Morales Moya vuelve a colaborar en prensa. Indirectamente, los sucesos de marzo de 1976 le llevan a la política. "Yo había escrito unos artículos en el periódico Norte Express en los que denunciaba que las huelgas de aquel año tenían un componente político, que eran más que protestas por reivindicaciones laborales". Y también en aquel tiempo constituyente muestra su preocupación por la ausencia de organización por parte del sector liberal y fuerista de la sociedad vitoriana, mientras surgían partidos políticos de todas las tendencias.
Esos comentarios le llegaron a Jesús Chus Viana, el impulsor de la UCD en Álava, que le pidió su colaboración. Morales Moya acudía de número dos de la UCD en las primeras elecciones, y salió elegido. Fue parlamentario durante dos legislaturas, senador y miembro del primer Consejo General Vasco. Así y todo, se considera "un fracasado de la política". "Mi gran ilusión era la creación de la Unión Foral del País Vasco, buscando el sector autonómico, amplio, pluralista, que no es nacionalista, pero fracasé".
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