Alquilar también es un lujo
Después de dos años compartiendo piso decido que me gustaría vivir sola (¡con 29 años!), aunque eso suponga dedicar casi la mitad de mi sueldo a pagar un alquiler. Encuentro entonces un "estudio" de 40 metros cuadrados por 650 euros al mes y me decido a hacer el esfuerzo. Entonces empieza lo bueno: me dan en la inmobiliaria un modelo de contrato en el que se describe minuciosamente todo lo que conlleva alquilar su piso.
Para empezar, es imprescindible un aval bancario por la cantidad de ocho mensualidades (5.200 euros que debo depositar en el banco como mínimo un año más 15 euros al mes que le pago al banco por hacerme el favor de guardarme mis 5.200 euros, más 50 euros de gastos por el notario que firma el aval), además de un mes de fianza (650 euros) y una mensualidad para la inmobiliaria (650 euros). Esto quiere decir que antes de poder entrar a vivir al maravilloso piso que he encontrado, tengo que tener disponibles 6.730 euros (y soy mileurista). Si uno sigue leyendo el contrato se encuentra con gastos adicionales: debo pagar una parte proporcional de los arreglos que se hagan en la casa (si hay que arreglar el tejado de la vivienda debo pagar por ello, aunque no soy la propietaria), el IBI del piso, los suministros de electricidad, agua y gas, así como los gastos que se ocasionen de contratación y de mantenimiento, debo contratar además un seguro a terceros y, por si fuera poco, el propietario se reserva el derecho de arreglar o no los daños que se produzcan en la casa (gastos que por otra parte vamos a compartir).
En definitiva, después de echar las cuentas decido que a lo mejor no estoy tan mal compartiendo piso, y que, además, lo que yo creía que era un derecho en un país que construye cada año el mismo número de casas que Reino Unido, Alemania y Francia juntas, resulta que no es más que un lujo, y los mileuristas no estamos para lujos.
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