_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Internet, ¿y para qué?

Para ver porno, naturalmente. Y para bajarse música y películas gratis. La mayor parte del consumo en internet es inmoral o ilegal, y en cualquiera de los casos engorda, como actividad sedentaria que es. Aun así, nuestro Gobierno se muestra empeñado en que no perdamos el carro de las nuevas tecnologías. Algo de bueno tendrá la red cuando se gasta tanto dinero en promocionar la famosa Sociedad de la Información. No, si al final le vamos a tener que poner la ADSL al niño, por si no hubiera ya bastantes electrodomésticos en casa y vicios por ahí fuera...

Ay, la brecha digital, esa losa inevitable que nos mantiene en el más oscuro de los atrasos. Sabemos que vivimos en una de las comunidades españolas con un acceso menor a la red, sólo por delante de Extremadura. En junio de 2006 un 29,6% de los hogares gallegos estaban conectados. Ni la mitad de los que podrían estarlo: según el informe del Plan Estratéxico Galego para a Sociedade da Información, el 74% de los hogares gallegos pueden conectar ADSL, cifra que se reduce a un 60% en el rural. Cierto que es un dinerín, excusa poco válida cuando en cada casa conviven varios móviles con sus correspondientes facturas atendiendo una reciente demanda para la cual no hizo falta subvención.

Hasta ahora internet, y el progreso en general, pasaba de Galicia. Cabe hoy preguntarse si no es Galicia la que pasa de internet. Conocemos muchos gallegos que de hecho pasan, algunos hasta presumen de tenerle alergia como el presidente de la Real Academia Galega, entidad que, sin embargo, es una de las que están al frente de la asociación Puntogal para pedir un dominio propio para la cultura gallega en la red. Aunque supongamos que en la red está la cultura universal, entiendo que no todo el mundo tenga especial interés en acceder a ella y prefiera pensar que se trata de un juguete (y peligroso) para los críos. Pero a todos, en mayor o menor medida, nos interesa comunicarnos con los demás, ganar tiempo y sobre todo ganar dinero. Internet, queridos padres, también sirve para todo eso.

No se trata de un mundo de cyborgs tratando de acabar con los humanos, después de beneficiarse a sus hijos. Internet es un señor que está en su casa y sin controlar mucho logra venderle a otro en eBay un armario rústico para sacarse unos euros. Un ama de casa que se comunica por Skype con su hijo que está en Canarias, que a su vez le arregla un billete de avion electrónico para visitarlo, pues le sale mucho más barato. Una joven pareja buscando una vivienda y comparando pisos, precios e hipotecas. Una lesbiana de Narón que conoce a una de Oleiros. Una abuela de 95 años que se ha hecho famosa gracias al blog que le ha abierto su nieto y ya puede presumir en la peluquería hasta el día que se muera. La red mejora cada día las vidas de la gente, pero de poco sirve si la gente no lo sabe.

Tan importante como buscar la vanguardia es ir cubriendo la retaguardia. El bienestar de la zona oscura no depende sólo de la red, pero los que permanecen en lo analógico tienen derecho a no sentirse desconectados y sin saber para qué sirven en el nuevo mundo. La brecha digital deriva así en brecha psicológica que convierte en cazurros a todos los que podían potencialmente serlo, que aquí, con perdón, son muchos.

Vean por ejemplo las escuelas. En un esfuerzo loable por dotarlas de infraestructuras, muchas se están llenando de ordenadores, que pronto se convertirán en chatarra si no se invierte en seres humanos que enseñen a extraer a la red su potencial, a adaptar la oferta a nuestras necesidades y a las de los que nos rodean. A menos, claro, que vengan las empresas a crear sus propias necesidades en los niños-clientes, y para mal o para bien ya lo están haciendo. Garantizar el acceso y popularizar las herramientas es obligación de la Administración. Usarlas o no y para qué ya es cosa de cada uno. Pongan conexión en su casa o, si no pueden, reclámenla con todas sus fuerzas. Pregunten para qué sirve cada tecla de su PC y exijan que se les enseñe a sacarle partido, sean ustedes amas de casa o presidentes de la RAG. Nunca es tarde y, qué diablos, un poco de música y de porno a nadie le hace ningún mal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_