El remedio fue peor que la enfermedad
Valentín Treviño no llegó a estrenar el coche que, a sus 84 años, acababa de comprar. "Estaba muy ilusionado porque conducir había sido siempre su pasión. Mi madre y él se pasaron la vida recorriendo España y Europa. Siempre por carretera, eso sí, porque no había forma de subirle a un avión", recuerda su hijo Luis.
Hasta entonces con una "salud de hierro", Valentín recibió en verano de 2000 la noticia de que sufría cáncer de próstata. "Los médicos le dieron dos opciones: operarse o radioterapia. Eligió la segunda porque le dijeron que era menos agresiva y que le iba a dejar con mejor calidad de vida. Si se operaba podía sufrir incontinencia", añade Luis.
La decisión fue fatal. A Valentín no le mató el cáncer, sino la radiación, que en lugar de eliminar sus células cancerígenas, dañó irreversiblemente su organismo. "Se observó mala praxis médica", considera probado el Tribunal Superior de Justicia en una sentencia.
El fallecido, atendido en la sanidad pública, fue remitido a una clínica privada concertada -en el sanatorio San Francisco de Asís, del Instituto Madrileño de Oncología- en la que recibió 10 sesiones de radioterapia.
"Pese a presentar molestias durante el tratamiento, continuó con las sesiones. Se detectó anemia y fibrinógeno [una proteína hepática] elevados. Una vez terminadas las sesiones, el paciente falleció por la radiación", concluye el fallo de los jueces, que condena por ello a la Consejería de Sanidad a indemnizar a la familia con 90.151 euros.
Dos semanas antes de morir, Vicente Trevíño todavía pudo acudir a la boda de uno de sus cinco nietos. "Allí ya estaba mal, pero pese a todo quiso vivir aquel día con todos nosotros", rememora su hijo Luis.
Vicente Treviño había nacido en Málaga y tuvo con su mujer, Manuela, tres hijos. Era hijo de Cándida Suárez, una cantante de zarzuela y actriz que logró una notable fama en la primera mitad del siglo XX.
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