Sobrecogedor y brillante
La unión del director de orquesta Claudio Abbado y la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar es explosiva. El maestro milanés se ha encariñado con el ejemplar proyecto educativo de José Antonio Abreu que recupera de la calle y la delincuencia o, sencillamente, da una oportunidad de vida a más de 250.000 muchachas y muchachos en Venezuela, y cuya punta del iceberg es una orquesta que es puro fuego. Orquesta que, por otra parte, ve en Abbado a un santo de la dirección, y no le faltan razones. Por ello, lo que pasó anteayer en Sevilla con la Cuarta, de
puede, en principio, explicarse como un milagro -tal fue su brillantez y perfección-, aunque solamente en principio.
Desde una perspectiva europea -y no digamos española- un fenómeno musical como el venezolano es difícil de comprender. Dada la superioridad y autosuficiencia con que se suele contemplar aquí lo no previsto, existe la tentación de "perdonar la vida" a una orquesta salida del corazón de las tinieblas, es decir, del pueblo puro y duro. Qué equivocación. Los venezolanos han dado una lección de ética y estética, de ilusión y juventud, de técnica y espontaneidad, y han dejado a la vieja Europa ante el espejo de su propia imagen.
Festival Iberoamericano de Sevilla
Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Director: Claudio Abbado. Obras de Schumann -Concierto para violonchelo- y Chaikovski -Cuarta sinfonía-. Solista: Natalia Gutman. Teatro Maestranza, 2 de enero.
Concierto soñado
Hay que verlo para creerlo, queridos lectores. La Cuarta, de que se escuchó anteayer en Sevilla entra, por méritos más que sobrados, en el terreno de lo prodigioso. Una orquesta sensacional, instrumento a instrumento, sección a sección, que se encuentra con el más carismático de los directores de orquesta en la actualidad, Claudio Abbado, en absoluto estado de gracia y, claro, lo que pasó fue que los que tuvimos el privilegio de estar allí asistimos al concierto soñado. Un director sabio y unos jóvenes que tocan con las tripas, menuda combinación, para el Chaikovski más apasionado, complejo, emotivo y escalofriante que uno pueda imaginar.
Antes, un concierto para violonchelo de Schumann, en el que se lució Natalia Gutman, que completó su actuación en solitario con una zarabanda de Bach. Después, una obertura rossiniana -la de Guillermo Tell- enloquecedora y lúcida, en el límite de lo imposible. Qué locura de concierto. Y, sobre todo, qué sensación complementaria de sobrecogimiento y esplendor.
Del concierto de Sevilla salen catapultados Chaikovski como compositor, Abbado como gran pedagogo de la dirección musical y la Orquesta Juvenil Simón Bolívar como tarjeta de visita de un proyecto educativo y social a todas luces asombroso. O Europa espabila, o el futuro de la música en el siglo XXI va a tener otras referencias. Que este factor revitalizador venga de América Latina -y, en concreto, de Venezuela- es una noticia estimulante.
Babelia
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