Arranca la era Ban en la ONU
El nuevo secretario general de Naciones Unidas quiere menos promesas y más hechos
Nacido para ser diplomático, el surcoreano Ban Ki-moon ocupa desde ayer la Secretaría General de Naciones Unidas. Conocido por su puño de hierro en guante de seda, Ban, de 62 años, advirtió a la Asamblea General de la ONU -horas antes de que ésta refrendase su elección en octubre pasado- de que es un hombre de hechos y no de promesas. "La verdadera medida del éxito de la ONU no es cuánto promete, sino cómo presta servicio a aquellos que más lo necesitan", dijo Ban instando a todos a trabajar en común.
El nuevo jefe de la diplomacia mundial llegó precedido de su fama de trabajador infatigable, y no parece sentirse agobiado por ponerse al frente de una institución en plena crisis de credibilidad en un momento de creciente inestabilidad mundial. Todo lo contrario: Ban Ki-moon se crece.
Al prestar juramento se comprometió a no aceptar instrucciones de ningún Gobierno
Su rostro hierático, adornado con una media sonrisa, no deja traspasar lo que piensa
Ban conoce bien la ONU por dentro tras haber sido 10 años embajador de su país
Lo dejó claro en una entrevista con la revista Newsweek cuando le preguntaron -poco después de que el dictador norcoreano, Kim Jong-il, hiciese una prueba nuclear en octubre pasado- si esperaba reunirse con él, Ban contestó: "Creo que estoy en mejores condiciones que cualquier ex secretario general, dado que soy coreano y que tengo experiencia".
Corea del Norte es sólo uno de la decena de puntos conflictivos que le aguardan: Irak, Irán, Afganistán, Palestina, Líbano, Sudán, Somalia, Myanmar (Birmania) y otros.
Ban Ki-moon conoce bien la ONU por dentro, porque ha estado destinado como representante de su país ante la organización durante más de una década. Pero tiene la ventaja, frente a su predecesor, de que no ha crecido como diplomático en la institución sino fuera de ella. Esto facilitará al ex ministro de Exteriores de Corea del Sur (2003-2006) acometer una amplia reforma de la ONU y extirpar la gangrena de la corrupción y el nepotismo que descompone la organización internacional.
Diplomáticos occidentales destacados en Seúl dicen de Ban que ha hecho suyo el principio confuciano de "Quien no progresa cada día, retrocede cada día" y que, atado a esta máxima, se adentra en cualquier negociación por complicada que parezca. Aseguran que no se cansa de sumergirse en ella cuantas veces haga falta para buscar una salida.
Su rostro hierático va siempre adornado con una media sonrisa, que no deja traspasar lo que piensa, pero tras la que se vislumbra su voluntad conciliadora. Discreto y humilde, Ban es un perfecto equilibrista, como demostró en los meses en los que se fraguaba su elección. El candidato supo mantenerse a distancia de Estados Unidos y China, de manera que las dos potencias con derecho de veto que más le escrutaron terminaron por aceptarle.
El mayor recelo provenía de Washington -primer patrocinador de Naciones Unidas, a cuyo presupuesto aporta el 22%- que, tras las pésimas relaciones mantenidas con el ya ex secretario general Kofi Annan en los últimos tiempos, no quería volver a encontrarse con un díscolo al frente de la organización. Convencido de que la mejor forma de realizar su trabajo es si cuenta con la confianza de quienes le pagan, Ban Ki-moon no tardó en ganarse a Estados Unidos.
No le fue difícil, además de conocer bien la mentalidad estadounidense -Ban realizó un máster en la Universidad de Harvard, estuvo destinado en la Embajada de Seúl en Washington y en dos ocasiones fue director del departamento norteamericano en el Ministerio de Asuntos Exteriores surcoreano-, entre los rasgos más acentuados del nuevo secretario general está el de que no es conflictivo ni le gustan los enfrentamientos.
Como el mismo Ban ha dicho, su éxito o su fracaso estarán en su capacidad de tejer alianzas de manera que se puedan afrontar de forma innovadora los grandes retos mundiales: la lucha contra la pobreza, el sida, la degradación medioambiental, el terrorismo, la proliferación de armas de destrucción masiva y los derechos humanos. A éstos se suman los países conflictivos.
Todo apunta a que este maestro en las artes diplomáticas es consciente de la confianza que la comunidad internacional ha depositado en su labor. "No podemos cambiar todo a la vez. Pero si elegimos sabiamente y trabajamos con transparencias, flexibilidad y honestidad, los avances en unos pocos cambios llevarán a avances en muchos otros", dijo el día de su aclamación -el pasado 13 de octubre- por los 192 miembros de la Asamblea General de Naciones Unidas.
El hombre que llegó a la cúspide de la diplomacia gracias a su perfil equidistante de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad abrió una nueva era en Naciones Unidas cuando el pasado 14 de diciembre, al prestar juramento como su octavo secretario general, se comprometió ante la Asamblea General a no aceptar instrucciones de ninguno de los Gobiernos miembros ni de ninguna autoridad externa.
Ban Ki-moon tendrá que demostrar ahora que bajo su guante de seda se esconde el puño de hierro que hará posible la reforma con detenimiento del organismo internacional, empezando por el Consejo de Seguridad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.