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Reportaje:El final de un dictador

La madre de todas las mentiras

La guerra del Golfo llenó de propaganda los medios y dio inicio al terrorismo de Al Qaeda

Enric González

Las tragedias suelen anudarse en un acto central denso hacia el que confluyen, de forma a veces grotesca, todos los elementos destinados a configurar el terrible último episodio. La segunda Guerra del Golfo, que Estados Unidos bautizó como Tormenta del Desierto y Sadam Husein prefirió denominar "la madre de todas las batallas", elevó al presidente de Irak a la categoría de enemigo supremo de Washington, despertó el furor antiamericano de un joven millonario saudí llamado Osama Bin Laden y estableció las bases del terrorismo contemporáneo. También enseñó a los gobiernos occidentales que, en caso de guerra, la mentira es un arma muy útil. Y habituó a la prensa a consumir y difundir propaganda. Fue una guerra breve (el choque armado duró sólo 41 días), pero intensa.

La guerra despertó el furor antiamericano de un joven millonario llamado Bin Laden
La propaganda decía que el Ejército iraquí era el cuarto más poderoso del planeta
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La violencia sobrevive a Sadam Husein

En verano de 1990, Sadam Husein se sentía respaldado por Estados Unidos. Durante la guerra contra Irán (1980-1988), había recibido de Washington armas convencionales y helicópteros, armas biológicas (ántrax, botulina, etcétera) y 5.000 millones de dólares en créditos a la exportación. Una empresa californiana, Bechtel, muy vinculada a las familias Bush y Bin Laden, estaba construyendo un oleoducto en territorio iraquí. Y la Casa Blanca había frenado, en 1988, una ley del Senado que imponía sanciones a Irak por genocidio. A finales de julio, Sadam se entrevistó con la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, y sacó la conclusión de que sus amigos norteamericanos no harían mucho más que patalear simbólicamente si se anexionaba Kuwait. El 2 de agosto, tropas iraquíes invadieron y ocuparon el pequeño emirato petrolero.

Ese fue el primer eslabón en una larga cadena de errores, malentendidos y mentiras. El Ejército iraquí estacionado en Kuwait estaba peligrosamente cerca de Dahran, la capital petrolera de Arabia Saudí, y la monarquía saudí pidió auxilio al nuevo presidente de Estados Unidos, George Bush. En pocos días, Washington empezó a enviar tropas en "misión defensiva", mientras Sadam, que nunca supo callarse a tiempo, clamaba contra la Casa de Saud y proclamaba que una monarquía respaldada por las armas estadounidenses no era digna de custodiar La Meca y Medina, los lugares más santos del islam. Fue un alarde retórico que convenció a gente como Osama bin Laden y exacerbó el temor en Riad y Washington.

La familia real kuwaití contrató a una empresa de relaciones públicas estadounidense para fomentar la guerra contra Irak. El primer fruto de la campaña belicista fue el testimonio de una joven enfermera kuwaití, que relató cómo los soldados iraquíes arrancaban de la incubadora a los recién nacidos y los dejaban morir por los pasillos. Hubo gran indignación en el mundo. Un año después se descubrió que la abnegada enfermera pertenecía a la familia real, vivía en París y se había inventado la historia. Bush, en un arranque de fantasía digno de su hijo (el hoy presidente George W. Bush), anunció que las imágenes de los satélites demostraban que Irak concentraba sus fuerzas para lanzar un asalto contra los pozos de petróleo saudíes (las imágenes indicaban más bien lo contrario) y, alentado por su secretario de Defensa, Dick Cheney (hoy vicepresidente), puso en marcha la cuenta atrás de la guerra.

El 29 de noviembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 678, que en la práctica establecía un ultimátum: si Sadam no retiraba sus tropas de Kuwait antes del 15 de enero de 1991, la anterior resolución 660 (que exigía la retirada) sería aplicada por la fuerza. EE UU reunió una gran coalición militar entorno a Irak: 34 países (entre ellos España), 660.000 soldados y un material bélico devastador. Sadam Husein, por su parte, desempeñó a la perfección el papel de villano. Las imágenes en que acariciaba a varios niños occidentales retenidos en Bagdad como rehenes ("escudos humanos" era la expresión utilizada), contribuyeron a conferirle la imagen de un monstruo.

La infopropaganda del momento aseguraba que el Ejército iraquí era el cuarto más poderoso del planeta. Mucha gente lo creyó, pese a su patética actuación en la guerra contra Irán. En cualquier caso, el "cuarto ejército del mundo" quedó desarbolado por el ataque aéreo lanzado desde el 17 de enero al amanecer por EE UU y sus aliados. En pocos días fue destruido el sistema de comunicaciones iraquí. Mientras la opinión pública occidental consumía las pulcras imágenes facilitadas por el Pentágono (bombardeos-videojuego de precisión supuestamente absoluta y trazos de verde fosforescente) y las crónicas de los enviados especiales (también dictadas y censuradas por el Pentágono), los soldados iraquíes y una buena parte de la población civil se hundían en un infierno de fuego. El "cuarto ejército del mundo" se limitó a lanzar un puñado de misiles Scud contra Arabia Saudí e Israel, casi siempre interceptados por los sistemas contramisiles Patriot o estrellados contra el suelo con el poder devastador de un piano de cola.

La invasión aliada comenzó oficialmente el 22 de febrero y aplastó las posiciones defensivas iraquíes. No hubo piedad. Cuando Sadam Husein ordenó la retirada, un largo convoy en el que viajaban, además de soldados, civiles y prisioneros, fue exterminado en la autopista Kuwait City-Bagdad. En total, en el bando aliado murieron menos de 400 soldados. En el iraquí, los muertos fueron estimados en unos 100.000. El presidente Bush, sin embargo, no quiso llegar a Bagdad para acabar con el régimen de Sadam y dio por terminada la guerra en cuanto, el 27 de febrero de 1991, los jeques kuwaitíes recuperaron su petróleo. "Si hubiéramos tomado Bagdad aún seguiríamos allí, administrando el país", explicó en 1992, con singular clarividencia, el entonces secretario de Defensa y hoy vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney.

Irak perdió la guerra, pero el régimen dictatorial de Sadam salió reforzado. Y empezó a hervir en el mundo árabe un fenómeno llamado Al Qaeda.

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