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Fin de semana
Columna
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Retazos dominicanos

Es más que evidente que la fotografía de corte social está muy en boga. Los fotógrafos del Primer Mundo buscan imágenes impactantes en el Tercero. Las exponen, hacen libros e intentan sensibilizar a la sociedad de consumo. A la postre, y no en todos los casos, deben conformarse con palpar algo tan etéreo como la fama o el prestigio entre sus colegas y aliviar destellos de mala conciencia en pocos de los muchos de los derrochadores compulsivos que infectan nuestra sociedad de supuesto bienestar.

En este tipo de trabajos encaja la colección de Eduardo Arrillaga (Elgoibar, 1966) realizada en Republica Dominicana y colgada estos días en la Casa de Cultura de su municipio natal. Puede encuadrarse en un género cuyo pionero fue el inglés John Thomson (1837-1921). Los viajes de este señorito con cámara por las numerosas colonias y protectorados victorianos le proporcionaron numerosas imágenes. Sobre China publicó cuatro libros de fotografías, pero lo que realmente le dio a conocer, más que los tipos y paisajes captados, fueron sus impactantes documentos sobre la miseria en pueblos y ciudades.

Así son habitualmente los límites de este tipo de reportajes, un grito perdido en el espacio sin provocar ningún tipo de eco reconfortante. Pocos acaban como los del sociólogo americano Lewis W. Hine (1874-1940) contribuyendo a la promulgación de una ley de protección laboral de los menores. Desde esta perspectiva, el que vemos ahora es un ejercicio más que desafortunadamente no alcanzará las nobles metas de sensibilización social propuestas. Tendrá que conformarse con ser sencillamente una representación, tal como indican en el folleto de presentación, de la "situación más penosa" de la sociedad dominicana.

El espectáculo se encuentra en la enorme cantidad de niños abandonados que viven condiciones infrahumanas en las calles. Todo son escenas de miseria presentadas en blanco y negro que tienen la virtud de resaltar formas y texturas de manera más impactante. Los ojos del fotógrafo se han detenido en vistas generales y detalles. Cubiertas por vestidos harapientos, encontramos dos niñas sentadas en el porche de un bohío, en pleno estallido de risa, jugando con muñecas sin piernas y brazos. Impresionan también las piernas y manos que salen de las verjas de algo que puede ser un calabozo o el niño bebiendo a saber qué de una garrafa de plástico. Mas esperanzador puede resultar el detalle de unas manos sujetando y escribiendo a lapicero sobre un papel. Fotografías para ver y no olvidar.

El vuelo de la Chichigua. Eduardo Arrillaga. Casa de Cultura. Nafarra Plaza, s/n; Elgoibar. Hasta el 7 de enero. Horario: de lunes a sábado, de 19.00 a 21.00.

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