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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La conjetura ya no es tal

La demostración de la conjetura de Poincaré ha derribado un tópico sobre los genios científicos -el que sostiene que ya no los hay-, pero ha confirmado todos los demás. Ya el problema parecía extraído de una novela: la topología, la ciencia de las formas abstractas, reposa desde hace un siglo en una brillante idea de Henri Poincaré que nadie ha logrado demostrar. Las ecuaciones que gobiernan la gravedad y la turbulencia cuelgan de una conjetura. Hasta que aparece Grigori Perelman y su prodigiosa solución.

La comunidad matemática ha tardado cuatro años en dar crédito al logro de su colega ruso, pero este verano se ha pronunciado con elocuencia al concederle su máxima distinción, la medalla Fields. Perelman había dejado las matemáticas, vivía en San Petersburgo con su madre y no vino a Madrid a recoger su medalla, entre escandalosas declaraciones sobre la falta de ética en la profesión.

También se ha cumplido el mayor tópico de todos: que el matemático ruso ha dado un paso gigantesco de consecuencias incalculables. El problema original de Poincaré se refería a las esferas en un mundo de cuatro dimensiones, pero la solución de Perelman revoluciona los fundamentos de la geometría. Porque incorpora una "gramática de las formas": un método general para descomponer todos los objetos en unos pocos elementos geométricos combinatorios.

La conjetura de Poincaré era uno de los problemas más difíciles de la historia de las matemáticas, y uno de los siete "enigmas del milenio" por los que el mecenas norteamericano Landon Clay ofreció hace seis años un millón de dólares de recompensa. Muchos expertos pensaron entonces que Clay no tendría que deshacerse jamás de sus dólares. Está por ver que Perelman le dé la ocasión de hacerlo.

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