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Belenes del sur
Columna
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El tiempo de los belenes

El robo de parte de un belén condena a la soledad al niño Jesús y varias ovejas de la zona. La desaparición de la virgen, pastores y ángel colgado del establo degradan el atractivo de la napolitana iglesia de San Nicolás; un nivel subterráneo frente al plastificado -el tiempo pasa, y no se descascarilla- que exhibe la tía Paqui en la entradita del piso. La antigüedad, el valor artístico, se evaporan con algunas ausencias: sin el buey, sin Melchor, ¿de qué sirve preparar el nacimiento?

Agasajamos a los invitados con polvorones en bandeja de plata; un árbol espera artificial, en una esquina, el amanecer del 6 de enero; y la fórmula buen año si no nos vemos certifica la bondad de nuestra lengua. El navideño es un sentimiento universal: lo aseguran publicistas y profesores de materias en peligro de extinción, y por ello mutan sus complementos según la preferencia de quien paga: minimalistas, oropelados, solidarios. Recuerdo un portal de figuras enormes, añicos en el suelo de mis pesadillas; también el que adornaba mi dormitorio, tras despejar una balda y forrarla con musgo de mentira. Y, sobre todo, el de la casa de mi abuela, presidiendo el comedor con minuciosidad de oriente ignoto. Mi examen se sucedía cada Nochebuena, cuando me acercaba para recrearme en sus detalles, temiendo que una palmera desatase el efecto dominó. ¿Cuántas horas invertía ella en organizarlo, cuántas en devolver el mueble a su rutina?

Más información
Un belén acuático en El Ejido

Todas estas imágenes se originan en la infancia: los belenes -o esa entelequia del espíritu de la Navidad- se olvidan al abandonar la niñez. La Primera Comunión y la transición adolescente restan escalones al adoptar la lógica, y sopesar el disparate de la historia de la estrella y los camellos. La ilusión con la que preparabas la escena -yo jugaba con el portal como con mi Barbie- se diluye y cede ante el desdén por lo gregario, ante una búsqueda torpe de supuesta independencia. Borras el espumillón, unificas el calendario.

El café inaugura la ruta de los belenes: colofón para los almuerzos señalados, las familias reclaman su dosis de barro. Padres e hijos, abuelos de sus brazos, quizá alguna pareja joven y aburrida, pero sobre todo núcleos clásicos como la costumbre, capitaneados por el sempiterno niño inocente, ajeno a la verdad. El belén, más allá de su papel decorativo, ilusiona a los pequeños, significa el tiempo en el que es posible que tres desconocidos se beban tu anís y te regalen lo que más deseas. Añadamos la carga religiosa en la generación más mayor, y otras excepciones, y obtengamos un accesorio imprescindible en cada hogar y en estas fechas. Así pues, convención social, símbolo religioso o pretexto en época de mesas para dos, tengan niños en casa o ya crecidos, no afirmen que este año su belén cumple condena en el cajón: pura boutade.

Elena Medel es escritora. Su último libro es Tara (DVD). http://www.elenamedel.com

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