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Columna
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'Sukald'art'

El celebérrimo cocinero catalán Ferran Adrià será el único artista español presente en la próxima Dokumenta de Kassel, la muestra quinquenal que mide el pulso del arte contemporáneo. En declaraciones a este periódico, el director de la exposición Robert Buergel, sostenía que "hoy no hay nadie en España, de esa generación, que se pueda comparar con su nivel de inteligencia formal". Vaya, la comida se ha vuelto chic. No lo digo porque haya entrado en los salones, ya que la buena comida siempre estuvo vinculada a ellos, sino porque...bueno, suprimamos toda la parafernalia teórica y digamos, para abreviar, que está a punto de entrar en los museos. Y no veo la razón de que, si Velázquez nos deleita los ojos, Mozart el oído, Bernini el tacto y Chanel el olfato, Adrià no nos vaya a deleitar el gusto y este sentido no haya de tener su lugar en el Arte. Lo paradójico de esta dimensión estética reside en que la comida siempre se hace para tirarla, bien al estómago o bien a la basura, a diferencia de lo que ocurre con un cuadro, una sonata, una escultura o un perfume, que se crean para que perduren, o al menos así se hacía antes. El gusto, y hasta el regusto, son efímeros, condición que quizá sea suficiente para convertir la restauración en la quintaesencia del arte contemporáneo. Visto y no visto; eso sí, queda la fórmula. También el placer estético se ha convertido en una cuestión de archivo.

¡Ay, el placer estético! Cuando a los ilustrados les dio por reflexionar sobre él, lo vieron vinculado a un objeto, a una realidad material. Hoy, por el contrario, ya no parece estar vinculado a objeto alguno, sino a la reflexión que los ilustrados y sus sucesores hicieron sobre él. El placer estético surgía de una relación inmediata con el objeto, esto es, sin mediación alguna de la razón o de la reflexión moral, y se pretendía universal y desinteresado. Lo bello nos conmovía a todos, y lo hacía al margen de su utilidad: si una moto nos resulta bella, lo será al margen de sus prestaciones. Y he aquí la gran incógnita que me suscita la comida en su dimensión estética. La comida no sólo sirve para satisfacer el gusto, sino también, y sobre todo, para matar el hambre. Nada más útil que la comida, es lo más útil del mundo. Con ella no podemos decir o esto o aquello; no podemos desligar el gusto y el hambre. Habrá casos extremos en los que se coma sólo por hambre, pero nadie podrá decir que come sólo por gusto. ¿Nadie? Tal vez resida ahí el mérito de Adrià, en haber conseguido crear, ¡por fin!, una comida que no alimenta, que sólo gusta. ¿Aunque mate? Sí, aunque mate.

No puedo valorar los platos de Adrià porque no los he probado -deben de ser tan efímeros como el dinero que cuestan, razón de más para que se constituyan en el paradigma de la modernidad: circulan-, pero me quedo con estas palabras del director de Dokumenta: "Yo me pregunto si alguien de los que acuden al restaurante de Adrià sería capaz de comerse lo mismo en una taberna de mala muerte". Pregunta inmediata de su entrevistadora: "¿Cree que llevarían a ese cocinero a un juzgado de guardia por intento de envenenamiento?" Y he aquí la respuesta del director de la muestra: "Es posible. La comida apela y desafía también a la inteligencia". Subrayen esto, subráyenlo. Porque ya tenemos ahí desfilando a la Teoría, no del plato de Adrià, sino a la teoría sobre el Arte, único referente, no objetual sino volátil, del arte contemporáneo. Poco antes de dar esa respuesta, ese mismo señor nos había dicho que "para sobrellevar la extrañeza de la cocina de Adrià debe de haber un elemento fetichista a su alrededor". Ese elemento es el chic, el radical chic, único que le permite entrar a Adrià en un mundo, el del Arte, del que hoy constituye su substancia. Un mundo reflexivo - ¿dónde están la inmediatez y la universalidad del placer estético?- en el que lo fundamental no es reflexionar sobre nada, aunque resulte prudentemente necesario exhibir cara de monje, sino distinguirse.

Celebremos gozosos, no obstante, la llegada del sukald'art, aunque mucho me temo que los vascos no nos vamos a conformar sólo con el gusto. Para empezar, en mi ciudad, capital del chic vasco, o radikal chic -lo de la "k" va por los cajeros quemados- se ha celebrado un desfile de modelos con prendas inspiradas en platos de afamados cocineros. Pronto vendrán las serenatas, los cuadros y los perfumes. Vean, son los últimos en llegar y ya quieren ocuparlo todo. Bueno, ya los había anunciado Arcimboldo.

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