Islamofobia
Los europeos estamos preocupados, legítimamente preocupados, por la islamofobia que crece en nuestras sociedades. Ahí están los datos y las reflexiones, publicados el pasado martes, del Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia sobre la situación de los musulmanes en la Unión Europea para tener una idea de la dimensión del problema. Después de los ataques terroristas del 11-S "los musulmanes europeos se han visto seriamente afectados por un creciente clima de hostilidad social", escribe Beate Winkler, la directora de este centro, que ha querido documentar los "distintos niveles de discriminación y marginalización en el empleo, la educación y la vivienda" que sufren los musulmanes europeos, así como su victimización "por estereotipos negativos y prejuicios".
Las conclusiones más firmes a las que llega el Observatorio son algo desalentadoras. Sabemos que hay islamofobia, pero hay pocos datos y escasa información oficial sobre la situación de los musulmanes en la UE y sobre la dimensión de la fobia de que son objeto. No hay estímulos para la denuncia de los incidentes. No hay mecanismos para recoger la información. Y las víctimas tienen escasa confianza en la policía. Pero hay una cuestión conceptual previa, y es la dificultad de definir qué es exactamente la islamofobia.
Conocemos la opinión de algunos escritores y periodistas que declaran su abierta aversión hacia esta religión que practican, según cifras del Observatorio, 13 millones de europeos y que constituyen el 1 por ciento de los musulmanes que hay en el mundo. Michel Houellebecq y Oriana Fallaci, por ejemplo. Sabemos también de otros pensadores y dirigentes religiosos que defienden la superioridad del cristianismo sobre el islam, de lo que es posible aunque no obligatorio deducir prácticas discriminatorias: Ratzinger, sin ir más lejos. Pero en cuanto intentamos saber de la islamofobia como actitud social nos damos cuenta, se da cuenta también el Observatorio, de que hay que incluirla en un conjunto más amplio, junto al racismo, la xenofobia e incluso el antisemitismo.
Una ONG británica llamada Runnymede Trust (www.runnymedetrust.org) ha intentado definir la islamofobia con bastante fortuna. Se trata de presentar el islam como un bloque monolítico y estático, no sometido a cambio alguno, separado y sin influencia de otras culturas, inferior por sus ideas bárbaras, irracionales, primitivas y sexistas, y además violento, agresivo y amenazador. Se le identifica con una ideología política, que se usa para obtener ventajas, a veces militares; apoya el terrorismo; y se enfrenta en una guerra de civilizaciones. Todo lo cual permite presentar la hostilidad contra los musulmanes como natural, sirve para justificar prácticas de discriminación y de exclusión social y es útil para responder a las críticas contra occidente por parte de los musulmanes.
Nótese que esta definición se ofrece al juego del espejo: algo sabremos por simetría del antioccidentalismo. Para el islamismo más radical, occidente son los cruzados americanos y europeos y sus aliados israelíes, indistinguibles bajo su mirada de los judíos y de los sionistas. Ian Buruma y Avishai Margalit han contado muy bien cómo funciona esta ideología, más enraizada en el mundo musulmán que la islamofobia en Europa, en su libro Occidentalismo. Breve historia del sentimiento antioccidental (Península). El sumo sacerdote ideológico de esta fobia contra Occidente es Sayyid Qotb, teólogo egipcio y dirigente de los Hermanos Musulmanes, ejecutado por Nasser, personaje de un antisemitismo feroz a quien se debe la idea, de inspiración hitleriana, de que los occidentales no pertenecen al género humano.
¿Ejemplos recientes? Los asesinatos del cineasta holandés Theo Van Gogh a manos de un musulmán en noviembre de 2004 y del sacerdote italiano Andrea Santoro el pasado febrero en Trabszon (Turquía), o ahora la sentencia que condena a muerte a cinco enfermeras búlgaras y a un palestino, acusados de infectar a 426 niños, de los que 52 han muerto, con el virus del sida, por orden de la CIA y del Mossad. Los familiares de los niños infectados y muertos quieren cobrar una indemnización de 10 millones de dólares por niño, la misma cantidad que Libia pagó a los deudos de las víctimas del atentado sufrido por el avión que cayó en Lockerbie en 1988 y del que el régimen libio terminó haciéndose responsable para recuperar un puesto en la comunidad internacional.
Para avanzar algo más sobre la integración de los musulmanes en Europa debiéramos también saber más de sus actitudes respecto a los valores europeos. ¿Están de acuerdo con Qotb y Ahmadineyad o con Ayaan Hirsi Ali, la valiente ex diputada holandesa, que el pasado domingo denunciaba en estas mismas páginas la conferencia de Teherán sobre el Holocausto? Pero sobre todo esto, tan interesante, nada nos dice el Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia.
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