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Y ahora la catenaria

Miquel Alberola

Sin duda, éste no es el mejor año de la vida política de José Ramón García Antón, el consejero de Infraestructuras de la Generalitat. La caída a plomo de cerca de mil metros de catenaria de la línea T-2 del tranvía en la tarde de ayer supuso una vuelta de tuerca más sobre su apretada situación política, que, dicho sea de paso, es inversamente proporcional a su capacidad de gestión y al conocimiento que tiene en la materia de que es responsable. El incidente de ayer, que pudo llegar a ocasionar otra catástrofe de haber circulado la corriente por el cable, o simplemente de haber alcanzado a algunos de los miles de transeúntes que a esa hora utilizaron las dos calles afectadas para llegar hasta el estadio del Levante, por suerte sólo tuvo consecuencias sobre la chapa de varios vehículos estacionados en la zona. Sin embargo, demuele aún más la deteriorada imagen de Ferrocarrils de la Generalitat y acerca más hacia el borde del abismo, si cabe, a García Antón. Este nuevo episodio se produce apenas unos meses después del accidente de la Linea 1 del metro, que se cobró 43 vidas (y, sorprendentemente, ninguna dimisión), al que ha seguido una cascada de averías que han intensificado la sensación de inseguridad en el trayecto suburbano. También ocurre, paradójicamente, veinticuatro horas después de que la jauría de heraldos del PP valenciano hubiera salido en tromba a morder al Gobierno central por las averías eléctricas que causan retrasos en los trenes de Renfe. Ayer, en cambio, Ferrocarrils de la Generalitat volvió a escurrir el bulto y desvió hacia a la UTE que está realizando esta instalación cualquier explicación y responsabilidad sobre un incidente que, pese a las tangentes que se le habilitaron ayer en la Presidencia de la Generalitat, no hace sino reforzar el vínculo de García Antón con el abandono de los servicios públicos, en contraposición con el faraonismo emblemático del Consell. A García Antón le puso la diana en el pecho Francisco Camps el día en que, en vez de forzar alguna dimisión en el segundo escalón de su departamento para zanjar la crisis del accidente del metro, lo empujó hacia la línea de fuego para justificar lo que es injustificable. Ahora el consejero simplemente está siendo absorbido por una atracción gravitatoria que ya afecta al Consell entero. Tras hundimiento del escenario del Palau de les Arts, se ha desplomado la catenaria, y se admiten apuestas a que la prisa por inaugurar antes de las elecciones todavía suministra otros inquietantes titulares en sentido homenaje a Newton.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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