Guerra civil larvada
La convocatoria de elecciones anticipadas por parte del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, fue considerada ayer por el movimiento islamista Hamás como un "llamamiento a la guerra civil". Sin embargo, los acontecimientos de los últimos días en Gaza y Cisjordania ya han sido propios de una situación de guerra civil larvada. El enfrentamiento entre el presidente Abbas y el Gobierno de Hamás parece haber llegado a un punto de difícil retorno, por más que ambas partes digan estar tratando de evitar que lo peor acontezca.
La escalada de las recientes luchas a tiros no tiene precedentes, ni tampoco la contundencia de los ataques verbales sobre Abbas, al que la plana mayor de Hamás ha acusado de iniciar una guerra "contra Dios y contra los palestinos". En su discurso de ayer, el presidente palestino respondió anunciando que convocará elecciones presidenciales y legislativas, lo que implica que disolverá el Gobierno formado por Hamás tras su victoria de enero pasado. Abbas ha reivindicado su potestad para hacerlo de acuerdo con la ley fundamental que hace las veces de Constitución.
Tras meses de tira y afloja en que parecía que las dos principales facciones palestinas iban a acordar un Gobierno de unidad -incluso se avanzó el nombre de quien lo encabezaría-, el diálogo entre Hamás y la otrora dominante Al Fatah, de Abbas, se ha reducido a trizas. El antagonismo entre ambas dinamita el funcionamiento de un sistema político en el que coexisten un presidente favorable a compromisos mínimos con Israel que permitan sortear el bloqueo económico occidental y un Gobierno representativo de signo fundamentalista que rechaza abiertamente el reconocimiento del enemigo judío y la renuncia formal a la violencia armada.
El detonante de la ruptura definitiva, sin embargo, no han sido tanto las discrepancias doctrinales como la insoportable penuria en que han sumido a los palestinos las sanciones económicas de EE UU y la Unión Europea contra Hamás, a la que consideran una organización terrorista. El entusiasmo popular con que fue acogida en enero la victoria electoral del movimiento islamista se ha ido transformando en desesperación. Los meses sin sueldo de los funcionarios, los cierres de frontera israelíes, la situación hospitalaria y escolar en los territorios ocupados han contribuido decisivamente a radicalizar a unos y otros.
Los mortales tiroteos en la frontera de Gaza, el jueves, después de que Israel denegara al primer ministro Ismail Haniya la entrada con 35 millones de dólares procedentes de una colecta en países musulmanes, han colmado una situación insostenible, previamente aderezada con el acribillamiento de tres niños, hijos de un jefe de seguridad de Abbas, y el asesinato de un juez afín a Hamás. En estas condiciones, la llamada a las urnas, que sería la alternativa más lógica en cualquier país, puede ser también, si no hay una mediación que haga posible un mínimo acuerdo, el detonante para que el estado de guerra civil larvada se convierta en imparable enfrentamiento armado.
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