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El conflicto de Oriente Próximo

El presidente palestino se lanza a un campo minado

Abbas convoca elecciones sin la menor garantía de que su partido salga victorioso

Nadie puede ofrecer garantías de que Fatah, el partido del presidente palestino, Mahmud Abbas, saldrá airoso de las elecciones que decidió convocar ayer. Tal vez sea un farol para forzar a Hamás a aceptar sus condiciones para la formación de un Gobierno de unidad nacional. Lo que resulta evidente es que la propuesta del mandatario representa el último eslabón de una cadena de acontecimientos que sólo persiguen una meta: expulsar a los islamistas del poder.

A los fundamentalistas se les animó a adentrase en la batalla política con la esperanza de que consiguieran un buen número de diputados. Pero lograron, el 25 de enero, 74 de los 132 escaños del Consejo Legislativo Palestino y el derecho a formar Gobierno. Fatah, que se presentó fracturado, jamás aceptó la derrota. Y el panorama que afronta ahora Abbas es desalentador. No puede esgrimir como bagaje para su campaña logro alguno. Ha sido humillado por los Gobiernos israelíes de Ariel Sharon y de Ehud Olmert -"es un personaje irrelevante", insistieron muchos de sus ministros-, y los palestinos consideran que los pactos firmados por la OLP con Israel (los Acuerdos de Oslo y la Hoja de Ruta) son papeles mojados de los que no obtuvieron beneficio alguno.

El mandatario afronta el rechazo absoluto de la totalidad de los partidos a su iniciativa
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Para añadir más obstáculos en su empeño por reconquistar el poder, Abbas afronta el rechazo absoluto de la totalidad de los partidos palestinos a su iniciativa. Diez facciones con sede en Damasco emitieron ayer un comunicado en el que afirman que la convocatoria electoral es ilegal. Lo más grave es que entre los firmantes aparecen dirigentes de todos los grupos que forman la OLP, entre ellos Faruk Kadumi, un prominente miembro del propio partido de Abbas. Y a todo ello hay que sumar que Fatah no es precisamente un modelo de unidad y coherencia.

En las elecciones de enero, Fatah concurrió totalmente fracturado. Hasta pocos días antes de la votación, Maruan Barghuti, el carismático líder del partido condenado a cinco cadenas perpetuas en una prisión israelí, amenazaba con presentar una lista independiente. Arduo es el trabajo que tiene por delante el presidente si quiere contar con un partido cohesionado. Y como no hay tiempo que perder, Abbas anunció ayer que designará un nuevo liderazgo en Fatah para preparar la contienda electoral. ¿Aceptarán los defenestrados la nueva situación? ¿Se rendirá la vieja guardia de los dirigentes que acompañaron a Yasir Arafat al exilio en Túnez? ¿Se presentarán los veteranos líderes detestados por gran parte de la población debido al saqueo de los recursos donados durante una década por la comunidad internacional?

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Los dirigentes islamistas, con Jaled Meshal a la cabeza, aseguran no temer las elecciones. "Estoy seguro de que volveríamos a ganar", señaló ayer Mahmud Zahar, uno de los jefes de Hamás en Gaza. No obstante, Zahar insistió en que no competirán en las urnas. Lo que ya de por sí supone una perspectiva que sólo puede preocupar. Y si los fundamentalistas optan al fin por boicotear las elecciones, es previsible que volverán a las andadas: los ataques contra Israel desde Gaza y los atentados terroristas suicidas en suelo israelí. No en vano, Condoleezza Rice, la secretaria de Estado norteamericana, se ha comprometido a pedir al Congreso de su país recursos para reforzar los cuerpos policiales fieles a Abbas. El conflicto civil estaría entonces servido.

Fidelidad a los principios

¿Y si al final Hamás decidiera presentarse? En la franja mediterránea, el Gobierno de Ismail Haniya sigue gozando de un tremendo respaldo popular pese a la calamitosa situación económica. Unas 100.000 partidarios del partido radical se congregaron el viernes en la ciudad de Gaza para arropar a Haniya, quien la víspera había regresado de su primera gira oficial de dos semanas al extranjero. El Ejecutivo está logrando, con el apoyo de Irán, Qatar, Sudán y varios países musulmanes más, recaudar fondos suficientes para que el bloqueo decidido por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea comience a resquebrajarse. La lealtad de los fundamentalistas a sus líderes resiste, de momento, todo contratiempo. No se cansan. Ayer decenas de miles de hombres, mujeres y niños llenaron las calles de Gaza en protesta por la convocatoria a las urnas.

Y, por supuesto, Hamás siempre podrá jugar la carta de la fidelidad a sus principios. Pese al asedio financiero y a las brutales invasiones del Ejército israelí en la franja de Gaza desde la captura del soldado judío Gilad Shalit en junio, no se ha rendido: el Movimiento de Resistencia Islámica ni ha renunciado a la violencia, ni ha reconocido la legitimidad de Israel, y la operación que concluyó con el cabo Shalit en manos de su milicia le granjea enorme popularidad. No digamos si las negociaciones para intercambiar un millar de prisioneros palestinos a cambio del militar hebreo terminan con la liberación de los reclusos que llevan más de años 20 años purgando condenas en cárceles de Israel. Hamás no hace distingos en este asunto. Jaled Meshal, líder de la organización en el exilio de Damasco, prometió recientemente a la esposa de Maruan Barghuti, el influyente jefe de Fatah encarcelado, que no se accederá al canje si Barghuti no es puesto en libertad. Las elecciones son para Hamás un incidente más en su estrategia a muy largo plazo. No creen, como la mayoría de los palestinos de a pie, que las negociaciones con Israel puedan dar frutos y su apuesta por la lucha armada es inquebrantable. Habituados a las penalidades, Meshal ha advertido recientemente que una tercera Intifada es inminente.

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