Nuevos rumbos de moderación
Nada tan acertado en la política, como en la vida, que saber virar de rumbo. Especialmente cuando lo hacen también otras embarcaciones con las que se ha de converger, al menos, en determinados asuntos de calado.
Los viajes en alta mar, cuando se rechaza por sistema la cercanía de otros barcos, hace que en momentos turbulentos existan grandes posibilidades de naufragar. La soledad no es buena compañera de travesía, aunque las malas compañías reincidentes en aguas mediterráneas pueden ser muy peligrosas, especialmente con algunos bucaneros que les gustaría poner en exclusiva su bandera en el mástil, quemar la otra y zarpar a otros mares lejanos. Que no les pase nada...
Utilizo este símil tras las procelosas aguas del debate territorial en esta legislatura. El Estatuto de Cataluña, a punto de encallar en el Parlament antes de enviarse a Madrid, recibió un empujón permitiéndole remontar y llegar al Congreso. Sin embargo, quedaron fugas de agua y destrozos en la quilla que habrían de afectar a la navegabilidad de una embarcación que no estaba bien terminada y que tenía que transitar por mares por los cuales no podía navegar, fuera de todas las coordenadas disponibles en el mapa. Así no podía llegar a puerto. La forma de gestionar el asunto, desde la botadura inicial hasta su atraque en el Congreso, fue un cúmulo de irresponsabilidades, teniendo desde entonces que soltar lastre y poner remiendos para llegar.
Sin embargo, desde el Partido Socialista no se quiso contar con quienes tenían una embarcación igualmente sólida y también experiencia en pilotar desde el Gobierno procesos de reformas estatutarias. Los otros socios de la naviera no querían que participase. Todo pacto excluyente de otros partidos constitucionales es necesariamente reaccionario. El Partido Popular, cuyos dirigentes autonómicos inicialmente intentaron participar, luego prefirió encastillarse en tierra y actuar solo como profeta agorero de la travesía.
Cierto es que la botadura del barco fue hecha con graves defectos de construcción, pero se consideró que debían arreglarlo quienes lo habían fletado, no queriendo implicarnos ni ayudar, aunque tampoco se nos requirió. Todo se rechazaba, olvidando que 25 años después resultaba conveniente introducir mejoras en una nave que se había revelado, pese a los agoreros de entonces, adecuada para los mares de España pero que podía y debía modernizarse. Otras embarcaciones habían sido mejoradas en este tiempo. No era el caso de Cataluña. Ese decir no por sistema debilitaba la credibilidad para censurar aspectos de gran gravedad (como la lengua) que dividía a los pasajeros en dos categorías. El resultado final, aunque seguía conteniendo excesos, fue corregido en parte. Pero el discurso siguió siendo el mismo.
Meses después, desde otros lugares se fueron fletando para Madrid otras embarcaciones. Andalucía, Baleares, Aragón, Canarias y Castilla y León son los primeros proyectos de Estatutos que han llegado y el primero saldrá el miércoles 20 de la desembocadura del Senado. Evidentemente, en las técnicas de armazón de éstos se han utilizado, además de técnicas inspiradas en la embarcación valenciana concluida poco antes, también varios elementos que la nave catalana dispuso en su tramo final, aunque alguno (el canario) precise notables retoques.
Con matices y singularidades de origen, es fácil encontrar elementos similares: reforzamiento de la identidad, un título de derechos, mecanismos de más autogobierno institucional, más competencias -algunas forzadas, concurrentes y confusas con títulos competenciales del Estado-, reforzamiento de los tribunales autonómicos, agencias tributarias propias, etcétera.
Ni todo el Estatuto catalán aprobado era tan asumible como unos aseguraban ni tampoco tan absolutamente criticable como otros predicaban, aunque presenta una obsesión por lo identitario y un reglamentismo impropio de un Estatuto. Además, fue muy desacertado y mal gestionado el proceso. Ahora ni todo en los Estatutos en tramitación actual es tan perfecto por haberse consensuado ni todo está viciado por seguir una inevitable estela catalana en algunos temas.
Los nuevos Estatutos en el Congreso y los que vendrán pronto marcan unos grados más en la dirección descentralizadora del cuaderno de bitácora de la Constitución. Salvo algún exceso dialéctico, no es un rumbo nuevo y diferente. Hemos ensanchado los márgenes de nuestro libro de ruta. A veces de una manera forzada, incrementándose las áreas de niebla. Pero no sólo ahora. También en otros momentos como cuando en 1992 gobernaban los padres de los navieros actuales o en el periodo 1996-99 cuando pilotaba el Estado el PP.
Ni entonces ni ahora se rompe España, como acertada y valientemente escribía hace meses en estas páginas el sucesor de Fraga como presidente de Alianza Popular, Hernández Mancha.
En la etapa mencionada se ensanchó notablemente la eslora de las 11 embarcaciones estatutarias que entonces se reformaron, inicialmente también en sus astilleros de origen. Tuve el honor de ser el ponente y coordinador de mi grupo de esas modificaciones las cuales se realizaron con generosidad y sin que, a pesar de determinadas transferencias, se levantasen fantasmas patrióticos. Dirigía la sala de máquinas Mariano Rajoy como ministro.
Alguna reforma estatutaria suprimía la referencia a la indisoluble unidad de España y no nos rasgamos las vestiduras y varias comunidades asumieron algunas competencias que generaron colisiones. Entre 1996-2000 el gasto público de la Administración central pasó del 87% al 51%.
El PP siempre ha admitido el pluralismo de España, subrayando simultáneamente la dimensión de la cohesión y la solidaridad. Hace 14 años defendíamos la llamada "Administración única" referida a las Comunidades Autónomas. Debemos evitar que no se confunda la defensa de la unidad de España -perfectamente compatible con lo anterior- con el centralismo.
Por ello, es un acierto que con el Estatuto andaluz se haya aprendido de los errores de 1980 que alejaron al PP de ser alternativa real de gobierno allí, participando ahora activamente con espíritu positivo, de responsabilidad y moderación, buscando más el encuentro que el enfrentamiento. También celebramos la coherencia con nuestra propia historia de apertura a la descentralización y que se oriente el rumbo hacia vientos del futuro. Ahora proponemos clarificar mejor las competencias autonómicas y estatales, reforzar los mecanismos de colaboración y lograr una mayor eficacia al servicio de los ciudadanos.
Junto a nuestra disposición a participar y tener un criterio constructivo, igualmente debe celebrarse el cambio de actitud del PSOE que ahora dejó atrás su anterior estela excluyente y arrinconadora del PP, buscando ambos ahora lo que une más que lo que separa. Buscando nuevos rumbos. Ojalá que en el asunto del fin del terrorismo, el Gobierno sepa virar para buscar la implicación y apoyo de la oposición. Sería una excelente noticia que ambos navegasen juntos en la búsqueda de la paz y la justicia.
Jesús López-Medel es diputado por Madrid (PP) y vocal de la Comisión Constitucional del Congreso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.