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Reportaje:MÚSICA

¡No sueñes!

La invención de la píldora anticonceptiva significó un duro golpe para los grandes mitos femeninos de la literatura. La adúltera, la vampiresa y la nínfula, desde que las mujeres ganaron su parcela de libertad sexual, han perdido gran parte de su aura de transgresoras. Con la creciente permeabilidad de las normas morales, también se resquebrajaron los iconos de la perversidad. ¿En qué consiste el poder de seducción de una Manon Lescaut -aparte de su belleza- cuando nadie se asombra ante su descaro? Es un dilema que pesa hoy sobre cualquier aproximación a los antiguos mitos amorosos, y las múltiples adaptaciones para ópera, ballet, musical y cine de la Historia del Caballero Des Grieux y de Manon Lescaut del abbé Prévost no son una excepción.

Ese pragmatismo es muy acorde a la época desilusionada en la que vive y se refleja en el tono existencialista, depurado, antisentimental del texto
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Las músicas de Manon

Hans Werner Henze, en materia literaria el más sofisticado de los compositores contemporáneos, ha sabido enfrentarse al reto. Estrenado en 1952, su Boulevard Solitude -el título remite a Sunset Boulevard, de Billy Wilder- se sostiene perfectamente como planteamiento teórico-estético y como expresión actualizada de la problemática amorosa. En no poca medida esto es mérito del extraordinario libreto que en veinte escuetas páginas dramatiza las peripecias de dos jóvenes sin rumbo, entregados apasionadamente a un imposible sueño de amor. Su autora, Grete Weil, llevó la historia de la femme fatale de la Francia del ancien régime al París de la posguerra. Su mirada sobre el personaje, no tanto moralizante como sociológica, proyecta una Manon que no es ninguna niña corruptora de hombres, sino víctima de los que la utilizan. El encuentro de los dos adolescentes ha perdido su carácter de choque de clases de la novela barroca -la prostituta carente de valores morales que arrastra al fango a su amante aristócrata- para hacerse eco del aislamiento del ser humano en las sociedades posmodernas.

En la estilizada versión de Weil, Armand y Manon se enamoran a primera vista en una estación de tren, donde la casualidad les brinda la ocasión de escapar de sus existencias predeterminadas. La inocencia de Manon sólo es superada por su espíritu pragmático. "¡No sueñes!", le espeta a su atolondrado amante, cuando se les acaba el dinero. Ese pragmatismo es muy acorde a la época desilusionada en la que vive y que se refleja en el tono existencialista, depurado, antisentimental del texto, de alto vuelo poético. El verso y la rima se burlan y ensalzan indistintamente al idilio amoroso como a los ambientes sórdidos, siguiendo la tradición del teatro musical de Brecht: "Parecía un beso, pero ¡fue una patada! / Así se hace, ¡dale! Manon, ¡dale! Manon./ ¡Hazte con todo lo que está a tu alcance! Y cuánto más fuerte tu patada de despedida / más alto llegarás al final".

Henze, quien mostró tener un

instinto infalible para elegir sus libretistas -colaboraría más adelante con poetas de la talla de Bachmann o Auden-, apostó por una escritora completamente desconocida. La trayectoria vital de la posteriormente renombrada autora de Mi hermana Antígona (1980), procedente de una familia de judíos asimilados de Múnich y amiga de juventud de Klaus Mann, no es menos dramática que su obra literaria postergada por el nazismo. Nacida en 1906, Weil sobrevivió a la guerra junto a su madre en un escondite minúsculo en Amsterdam, parecido al de Ana Frank, después de haber perdido a su marido en las cámaras de gas. Cuando volvió en 1947 a Alemania, nadie se interesaba por los relatos que escribió en el exilio holandés o las obras de teatro para títeres. El tema del Holocausto y del complejo de culpa del superviviente era tabú en Alemania hasta los años setenta, momento en el que Weil empieza a ser reconocida.

"El mundo entero está ensamblado totalmente de muros entre los que todos nos buscamos con gritos solitarios y enloquecidos", concluye Armand en la última escena. Para Weil, el amor no salva de la soledad ni sostiene el mundo.

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