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Tribuna:¿CALLAN LOS INTELECTUALES ÁRABES ANTE LAS DICTADURAS? | DEBATE
Tribuna
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Árabes buenos, árabes malos

Al hilo del desastre en Irak (para utilizar el sustantivo de Tony Blair) y la guerra civil instalada allí (para unirnos a la terminología que acaban de asumir solemnemente los grandes medios norteamericanos, empezando por The New York Times) una cierta perplejidad se ha establecido en algunos círculos occidentales, que no terminan de entender por qué una sociedad determinada rehúsa supuestamente los beneficios de la democracia liberal que generosamente Occidente quiere donarles y, por el contrario, defiende y reivindica una identidad que, para resumir mucho y mal, llamaremos islámica y/o árabe. Si bien, tras esa retórica islámica/árabe que habitualmente acapara toda la atención, reclaman derechos muy internacionales y universales.

Se esfuerzan por debatir, crear, mejorar y aconsejar. A muchos les cuesta cárcel y acoso
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Algunos eruditos y profesores, comentaristas árabes incluidos, dan un paso más y responsabilizan principalmente a "los intelectuales árabes", a los que describen como portavoces orgánicos de regímenes políticamente reprobables, teóricos de la nueva insurrección civil islamista o, sencillamente, gente incapaz de ejercer la sana autocrítica. Así, sin más, la generalización es no sólo arbitraria e injusta, sino desdeñosa porque, que se sepa, no es de obligado cumplimiento el decálogo liberal, interpretado ya en su día a sangre y fuego por los poderes coloniales, sobre todo si se percibe como importado y de aplicación expresa o tácitamente hostil al islam.

Hay que recordar aquí brevemente que el islam provee una visión global de la existencia a los fieles, que ha inspirado una de las mayores empresas de la humanidad (el profeta Muhammad fue considerado en su día por Time como el hombre más influyente de la historia si se atiende al número de seres humanos que ha adoptado su enseñanza) pero que vive, con muchos matices y fases que no caben aquí, un proceso continuo de cambio y transformación porque tras el dogma están la historia, la sociología, la política y el ser humano.

La fase actual sería, para seguir la división de Abdalah Laroui, la de "la angustiosa autocrítica, el esfuerzo por reevaluar la práctica política de la cultura árabe en el contexto de crisis moral que siguió a la derrota [frente a Israel] de 1967". El periodo anterior, según ese criterio, había estado dominado por la lucha por la independencia nacional frente a las potencias coloniales europeas que ocuparon vorazmente las áreas perdidas por el Imperio Otomano tras su derrota en 1918. Hay opiniones, como la de Bassam Tibi, que en esto bate un récord, según las cuales todo este periodo es una suerte de queja infundada que remite el fracaso social y económico árabe a una pretendida conspiración foránea.

No está solo en su apreciación y menudean en Occidente, a veces representados por intelectuales árabes de "fuera" que buscan seducir a las opiniones occidentales, los textos agresivos contra los intelectuales árabes "de dentro" como si fueran, para empezar, uno solo, una especie de modelo para armar de resonancias cortazarianas, un paniaguado invariablemente pagado por los ministerios de Información de los gobiernos. Hay mucho de eso, desde luego (también en las democracias liberales, por cierto) pero mucho también de esfuerzo por debatir, crear, mejorar y aconsejar. A muchos les cuesta cárcel, acoso y marginación como a Sonallah Ibrahim, Tamim Barghuti, Nawal Saadawi, Michel Kilo, Aref Dalila, por citar a unos pocos. Asimismo, una potente escuela de intelectuales árabes sigue perfectamente atenta a la conexión de los ya muy antiguos vínculos del pensamiento islámico racionalista con la herencia helenística (Ibn Rusd, Ibn Sina, Al-Farabi...), como Nasr Abu Zayd, Abdallah Na'im, Muhammad Hasan Amin... pero si se obtiene o no un periodo de neo-Ilustración entre los árabes será el resultado de su esfuerzo autónomo, no una receta con éxito entre nosotros y llevada a la región por procedimientos poco adecuados, como, por ejemplo, transportarla en los furgones de un ejército de ocupación.

Sin que se sepa muy bien cómo, considerando el altísimo nivel de información solvente disponible y el apoyo práctico de los académicos asesores, Estados Unidos cayó en su propia trampa, aquella que consiste en exportar la virtud, como si la democracia liberal fuera una mercancía acomodable a todo contexto histórico, cultural o religioso. Al día de hoy sigue siendo inexplicable la aventura en Irak, paradigma de incompetencia profesional y de grave pérdida en términos estratégicos. El sueño de la Ilustración derivada de la gran tríada recientemente resacralizada por el dúo Negri-Hardt, es decir Maquiavelo-Descartes-Spinoza, y oficializada por los philosophes franceses, podrá darse o no en el mundo árabo-islámico, pero no emergerá de un día para otro, por decreto.

Ahora bien, junto a ese trabajo "endógeno", tan mal o nada conocido en nuestro mundo occidental, el intelectual libre e independiente árabe también tiene derecho y obligación de denunciar a Israel, las injerencias y ocupaciones extranjeras y la pésima influencia de éstas en sus territorios. A ese "humanista árabe perfecto", a ese "árabe bueno" que se reclama constantemente, no le debería, por coherencia, faltar ese atributo.

En este contexto, apretar las tuercas a los intelectuales árabes que no abrazan fervorosamente los valores y los códigos occidentales con una política de virtual exclusión sería un error. Excluye importantes interlocutores y mediadores sociales. La simplista pero intensa búsqueda del "árabe bueno" (moderno, secularizado y occidentalizado), como único posible embajador de su sociedad y su cultura, no sólo sirve de pantalla para ocultar con frecuencia el conocimiento eficaz de la diversa realidad árabe, sino que además contiene un mensaje subliminal perverso: al menos que pruebe ser de los "buenos", todo árabe es un presunto "malo".

Gema Martín Muñoz es directora de Casa Árabe y del Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán.

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