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La guerra de Irak
Columna
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El desplome

Lluís Bassets

Querían convertir a Estados Unidos en el gran protagonista del siglo XXI, el Nuevo siglo americano según su arrogante definición. Corría el año 1997, cuando todavía no se sabía que Bill Clinton se veía con Monica Lewinsky. El principal promotor era William Kristol, neocon, nacido en una familia de neocons (los ex trotskistas Irving Kristol y Gertrude Himmelfarb) y también fundador de la biblia periodística de los neocons, la revista Weekly Standard, editada por News Corporation, la empresa de Rupert Murdoch, que tiene a José María Aznar como consejero desde junio pasado. Una de sus primeras y más resonantes iniciativas fue la carta que mandó en 1998, con un selecto grupo de sus amigos, al presidente Clinton, en la que le pedían que derrocase a Sadam Husein. Entre los firmantes se hallaban dos insignes cabezas que acaban de rodar estos días, fruto de la catastrófica cosecha electoral del partido republicano en las elecciones de mitad de mandato.

Primero fue la de Donald Rumsfeld, el poeta metafísico de la guerra preventiva, con sus conjuros sobre "las cosas conocidas que conocemos" y "las cosas no conocidas que no conocemos", sus premoniciones sobre la insignificancia de Naciones Unidas y sus despectivas divisiones entre la vieja Europa y la nueva Europa. Después, la de John Bolton, enemigo declarado de Naciones Unidas y por ello mismo nombrado embajador ante Naciones Unidas, con el objetivo de actuar como un huracán diplomático sobre el consenso pacientemente construido por Kofi Annan para celebrar el 60º aniversario de la organización internacional con la reforma que merecía la institución y el mundo. Muchas más cabezas, ideas y artefactos políticos han ido cayendo estos días.

La publicación ayer del informe del ISG (Iraq Study Group) es el último certificado de esta caída o desplome de la política exterior neoconservadora, que ha conseguido en cinco años exactamente lo contrario de lo que se proponía. De no cambiar drásticamente el rumbo actual, lo que sucederá sencillamente es que no habrá nuevo siglo americano, algo que debiera preocupar también a los europeos y a todos los ciudadanos partidarios de la democracia en el mundo, sobre todo a la vista de cómo pintan bastos en Rusia o en China. El informe enumera con pavorosa claridad los peligros inminentes: dictadura en Irak, intervenciones armadas de los países vecinos, papel creciente de Irán, guerra civil internacional entre chiíes y suníes, cambios de régimen, movimientos de población, incremento de los precios del petróleo, auge del terrorismo, y pérdida de posiciones y de influencia de EE UU en la región y en el mundo.

Los neocons no han esperado ni siquiera a la publicación del informe para lanzar sus dardos envenenados. Robert Kagan y Bill Kristol denuncian en Weekly Standard el vedetismo de Baker y Hamilton, que se han dejado fotografiar para el semanario masculino Men's Vogue y han contratado los servicios de Edelman, que es quizás la mejor firma de relaciones públicas americana. Les duele sobremanera que la opinión pública alabe a Baker y Hamilton como "realistas". "Esto no es realismo, es una capitulación", escriben. "Dejaremos rápidamente de jugar un papel significativo en el mundo", añaden. Está claro que están muertos de envidia. Eran los protagonistas de la fiesta y se han convertido en marginados comparsas. Por eso llegan a acusar al ISG de "debilitar a los aliados de América y fortalecer a sus enemigos" y de coadyuvar con sus propuestas a que "haya empeorado la situación en Irak". Otro colaborador de Weekly Standard, Ralph Peters, califica a Baker de "decano emérito de la escuela reaccionaria de la diplomacia, incorrectamente calificada como realista" y asegura que "la mayor democracia de la historia ha sido estafada por su élite política".

Todos ellos animan a Bush a que no ceda a los cantos de sirena de esos malditos realistas, adalides de la diplomacia y del apaciguamiento y no de la acción directa. Los más osados le sugieren que aproveche los dos años que le quedan para emprender una pavorosa huida hacia delante, consistente en bombardear Irán, para lo que cuentan con el aplauso del ministro de las Amenazas Estratégicas israelí, Avigdor Lieberman; del jefe de la oposición, Benjamín Netanyahu, y quien sabe si del propio Ehud Olmert, dueño de sus silencios sobre el informe Baker-Hamilton. Sólo una voz neocon, la de Kenneth Adelman, ha dicho algo sensato: "Ha muerto, al menos para una generación, la idea de una política exterior enérgica al servicio de la moral, la idea de utilizar nuestro poder para el bien moral del mundo". Menos mal. Sería todo un alivio tener la seguridad de que como mínimo en los próximos 25 años nadie querrá salvar la civilización, y salvarnos a nosotros, claro está, desde filas tan aguerridas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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