Vilanova
Escena primera. Al alcalde modoso, diligente, honrado y con una cierta bondad en el rostro, le pusieron las cámaras en las narices y los micrófonos junto a los labios. Nadie cayó en la cuenta ni pudo suponer jamás, durante los años mozos del ahora edil, que el muchacho se dedicara un día a la cosa pública, a la política, según afirman sus cercanos. Pero se convirtió en el primer regidor de su pueblo, y los de las cámaras y los micrófonos le reclamaban su opinión o estado de ánimo, porque el equipo de su pueblo se había plantado en la primera división. Las cámaras y los micrófonos eran de ámbito estatal y en castellano, y Manolo, el alcalde, embargado por la alegría, balbuceó unas cuantas frases deshilachadas en valenciano pidiendo excusas, puesto que la emoción no le permitía, en esos instantes, mayor concentración lingüística. Su afectividad y su espontaneidad no tenían otras formas de expresión que no fueran las del valenciano de sus padres y de su Vila-real natal.
Escena segunda en la fría y ventilada Escocia. Al zagal, nacido en La Plana, que discute en la taberna en inglés con acento escocés y deje valenciano, le preguntan sus contertulios, entre pinta y pinta de cerveza, por su pueblo o ciudad natal para localizarla luego en el atlas de carreteras. El oriundo de la capital de La Plana y la mayor parte de los pelirrojos que le rodean rondan los treinta, y tienen como tema de tertulia el fútbol, un día sí y el otro también. Se apasionan y se emocionan con los asuntos balompédicos como el munícipe principal de Vila-real Manolo Vilanova. El chaval, nacido en Castellón de la Plana, les contesta a sus amigotes escoceses de Glasgow, que él nació en un pueblo bastante grande como cien kilómetros al sur del Ebro y al lado mismo de Vila-real. Y con la indicación del topónimo Vila-real, la pinta y la peña futbolística de la antigua Caledonia se da por geográficamente informada.
Tercera y última escena del primer acto. El sobresalto y la desazón inunda los ánimos de Manolo Vilanova, del castellonense del acento escocés y el deje valenciano y hasta de los contertulios de Glasgow que utilizan las faldillas a cuadros en las fiestas patronales de su pueblo. Al nacido en Castellón le amargan la tertulia y la pinta de la última semana de noviembre. Repite una y otra vez, y no bajo los efectos de un exceso etílico, que Vilanova no es un ladrón, ni se puso un sueldo de alcalde vergonzoso, ni trapicheó con maletines, ni es altanero u orgulloso sino sencillo y afable; que cometió un fallo que fue no atender las quejas del vecindario por los perniciosos ruidos de una industria cercana; que eso fue injusto según apuntan los jueces, aunque actuase de tal manera por ignorancia inexcusable o sabiendo lo que hacía, que no otra cosa está tipificada como delito de prevaricación. Que el alcalde del equipo de fútbol de la laboriosa y sensata Vila-real de sus amores ha de dejar el cargo, porque, como escribió Cicerón, "en los asuntos públicos, nada tiene más peso que la ley", y también dejó escrito aquel republicano de la antigua Roma que "las leyes se dictan para que el más fuerte no lo pueda todo". No deja claro, tras tanta perorata, si el más fuerte es el afable Manolo o la empresa que producía la contaminación acústica y el enojo entre el vecindario.
Primera, segunda y tercera escena del segundo y último acto que todavía se está representando. La sentencia que condena a Manolo por su fallo o delito, sienta precedente y, en adelante, florecerán las sentencias condenatorias por contaminación de todo tipo que sufre el vecindario, y que existe como existe Teruel y como existirá la condena de la empresa causante de los ruidos en Vila-real. La sentencia que condena a Manolo a dejar el cargo tiene su origen en una determinada actuación, no en todas las actuaciones públicas del que debiera ser ya ex alcalde. Nadie le va a perder el respeto o la estima, y menos si de momento sabe decir adiós o hasta luego a tiempo, pues no se anda sobrado de alcaldes de derechas medianamente sensatos por estos pagos. Olvidándose de las adhesiones inquebrantables y caricaturescas de algunos prohombres y gerifaltes de su partido, más merecedoras de ridículo que del comentario serio, Manolo se va y vuelve en unos años, necesitados como estamos de alcaldes de derechas con su talante. Y final feliz para el Vila-real, para los escoceses con fervor amarillo y para Vilanova.
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