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Reportaje:

Vendo riñón por 5.000 euros

La pobreza y la falta de control hacen proliferar el comercio negro de órganos en Irán

Ángeles Espinosa

"Riñón en venta. 0 negativo. Análisis hechos". Decenas de anuncios similares, acompañados de un número de teléfono, se amontonan en torno al número 36 de la calle de Farhang Hosseini, de Teherán. Allí está la sede de la Asociación de Enfermos Nefríticos de Irán. Sus responsables critican el mercado negro, pero fuera de sus puertas, la necesidad alienta la compra y venta. Necesidad de quien aspira a alargar su vida cuando la diálisis deja de funcionar. Necesidad, también, de aquellos dispuestos a vender una parte de sí mismos.

"Seis millones de tumanes", titubea al otro lado del teléfono alguien que se identifica como Mehdi. "Tiene que disculparme por solicitar este dinero. Si no tuviera una gran necesidad, no vendería mi riñón", añade apurado. La cifra, equivalente a unos 5.000 euros, constituye una pequeña fortuna en un país donde muchos salarios no llegan a los 100 euros mensuales. Mehdi no desea hacer públicas sus cuitas. Ésta es una sociedad muy reservada, pero además la prensa local ha hablado recientemente del comercio de órganos.

Muchos donantes son campesinos, pero también hay viudas o esposas abandonadas
No es inusual que donante y trasplantado establezcan una relación de amistad
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"Los dos por una casa"

"Las transacciones son la excepción, no la regla", declara Mustafá Ghasemi, director y uno de los fundadores de la asociación citada. Desde 1980 han pasado por sus oficinas 33.000 enfermos de riñón. "El Ministerio de Sanidad determina quién es un paciente nefrítico y nos lo envía", explica. A partir de ahí, la asociación les facilita el tratamiento de diálisis y les pone en una lista de espera para recibir un trasplante. Esta misma persona esquiva responder cuántos iraníes se encuentran actualmente en esa situación.

"Hay 25 hospitales capacitados para la operación. Nosotros presentamos a los pacientes y si alguno no puede pagar, le ayudamos a sufragar los gastos", asegura Ghasemi, que subraya el carácter privado de los fondos con que cuenta. "Todo procede de donaciones. Somos la mayor ONG de Irán y contamos con 137 sucursales en todo el país", afirma orgulloso.

Él mismo convalece de su trasplante hace dos meses. "Durante 27 años no había encontrado el momento para operarme, pero la diálisis había empezado a ser insuficiente", relata. Sabe, pues, muy bien cuál es el valor de una donación. "Es difícil ponerle precio", insiste. "En Irán, como las relaciones familiares son muy fuertes, estamos utilizando esa cultura para incentivar las donaciones", explica.

Aunque la asociación logró la aprobación en el Parlamento de una ley que autoriza utilizar órganos de víctimas de muerte cerebral, fuentes médicas señalan que la vida media de un riñón extraído de un recién fallecido es de 14 años, frente a los 22 de un trasplante ínter vivos.

Sin embargo, en su caso, el donante fue un joven desconocido. "Todavía no he tenido ocasión de conocerle porque el médico no me permite caminar, pero en cuanto me recupere, iré a visitarle", afirma. En Irán, no es inusual que donante y trasplantado establezcan una relación de amistad, y que el receptor del riñón se preocupe del bienestar de su salvador. Razones culturales y religiosas se mezclan en esta actitud, que ayuda a cubrir una necesidad que ningún país ha solventado de forma completamente satisfactoria.

"Si nos enteramos de que alguien intenta comprar un riñón, le tachamos de nuestra lista", asegura Ghasemi. Sin embargo, reconoce que el Gobierno paga una especie de compensación a los donantes. "Dos mil dólares no es ni mucho menos el precio de un riñón", manifiesta, sin aclarar quién paga la diferencia con los 1.200 que facilitan las autoridades.

"Dos mil dólares no es nada", se queja un potencial donante que abandona el centro, frustrado porque esperaba que le ofrecieran más dinero. Al margen de las expectativas de cada uno, la asociación reconoce que quien ofrece su riñón ha de pasar entre tres y cinco días en el hospital, y luego reposar entre diez días y dos semanas en su casa. La prensa local cita a médicos que atribuyen el boyante mercado de riñones a ese incentivo económico.

Una treintena de personas acude a diario a la sede de la entidad, atraídas por la compensación. Son el testimonio de esa población iraní a la que no llegan los beneficios del petróleo. Muchos son campesinos de las provincias vecinas, pero también hay viudas y mujeres abandonadas que tienen que mantener a sus familias. En la asociación no facilitan datos al respecto, aunque insisten en que todos los donantes pasan los preceptivos análisis y el visto bueno de un médico.

"Según la ley, concluido el trasplante, no tenemos ninguna responsabilidad, pero tenemos unas normas éticas y todos los donantes adquieren el derecho a utilizar nuestros servicios de forma gratuita si los necesitan", concluye Ghasemi. También asegura que, en sus casi tres décadas en la asociación, sólo recuerda un par de casos en los que el donante perdiera el riñón que le quedaba con posterioridad. "No tuvo nada que ver con su condición y han contado con nuestra ayuda".

En la calle, cualquier viandante puede ver los anuncios garabateados en las paredes con números de teléfono de personas que ofrecen un riñón. Oficialmente, este comercio no está permitido hacia otros países.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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