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El proceso para el fin del terrorismo
Columna
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Faltos de cobijo y de contacto

Soledad Gallego-Díaz

Hay ocasiones en las que resulta necesario hacer cosas para las que, sin embargo, es mejor no tener ningún tipo de afición ni de inclinación particular. Por ejemplo, el famoso vídeo del Partido Socialista recordando cuál fue la posición del PP durante la anterior tregua etarra. Es lógico que el PSOE se niegue a recibir en silencio los desaforados ataques del PP contra todo lo que suponga un final dialogado de la violencia, sobre todo cuando sabe que están atropellando la historia y que lo puede demostrar, incluso con imágenes. Es posible también que las modernas técnicas de marketing sean ya instrumentos imprescindibles en la lucha política y que el lenguaje de los vídeos (la única respuesta a un vídeo es otro) sea ya ineludible.

Pero sería de agradecer que no se demuestre demasiada devoción por estos métodos, que no se les tome afición, y que no se crea que son un vehículo útil de debate político. Son, por lo que se ve, un instrumento provechoso en batallas brutales de imagen, en enfrentamientos como los que protagonizan ahora PSOE y PP, pero difícilmente pueden ayudar a mejorar la calidad de la democracia o aportar argumentos y razones en defensa de las posiciones propias.

Quizás el vídeo ayude a afianzar la convicción de los ciudadanos más moderados, partidarios siempre, entonces y ahora, de que los Gobiernos exploren las vías de diálogo que permitan acabar con el terrorismo. Desde luego, difícilmente convencerá al sector del PP que está jugando a aumentar y a enraizar los prejuicios en todo este asunto, con tanta rabia que, a veces, da miedo. Lo daba, por ejemplo, el odio que destilaron algunas de las declaraciones de los asistentes a la manifestación del pasado sábado en Madrid, no precisamente de las auténticas víctimas de ETA, mucho más contenidas, sino de ciudadanos que aprovecharon ese dolor para exhibir su propia inquina contra el Gobierno socialista. Quizás ese odio sólo se pueda curar con una nueva derrota electoral, aunque ya decía Einstein que es más fácil desintegrar átomos que prejuicios.

Es posible que el vídeo levante el ánimo de los ciudadanos moderados, pero es también posible que esos ciudadanos estén necesitando algo más. Por ejemplo, la comparecencia del presidente del Gobierno, o el ministro del Interior, en el Congreso para explicar qué ha pasado, por qué se ha paralizado el proceso, si es que está paralizado, y cuáles son, o siguen siendo, las coordenadas en las que se mueve Rodríguez Zapatero.

Nadie pretende que los procesos de negociación se radien; nadie está preguntando dónde se reúnen los negociadores; nadie solicita la transcripción de los tanteos, charlas o conversaciones entre unos y otros. Pero una cosa es mantener la discreción y otra dejar a los ciudadanos faltos de cobijo, de comunicación y de contacto. La realidad es que, lo quiera o no el Gobierno, se está hablando continuamente del proceso de paz y que el PSOE no es capaz de impedir que los populares le arrastren una y otra vez a ese terreno, con todo tipo de provocaciones. Quizás sea el momento de hacer frente a ese problema, y al consiguiente desconcierto de los ciudadanos, con una declaración ante el Parlamento que permita introducir un poco de serenidad informada.

¿Acaso el Gobierno espera, como dice Josu Jon Imaz, a saber si los etarras aceptan o no abandonar su papel como tutores de los acuerdos políticos? Aunque así fuera, el Gobierno no necesita esperar a saber lo que decide ETA para volver a conectar con los ciudadanos. (¿Cuánto tiempo sería necesario? ¿varias semanas, meses?). Nadie espera que dé soluciones ("No conozco fórmulas sencillas para resolver problemas complejos", dijo el mismo conde de Romanones con cuyo retrato tropezó Mariano Rajoy el otro día). Pero sí, que dé seguridades respecto a su propia hoja de ruta. Se trata de que los ciudadanos "visualicemos" en qué momento estamos, y no a través de un vídeo, sino de una comparecencia parlamentaria. Y, de paso, se trata de obligar también al PP a que deje claro, ante el Congreso, si su estrategia de no colaboración con el Gobierno legítimo de este país es, simplemente, una detestable estrategia electoral para su vuelta al poder. solg@elpais.es

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