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El vínculo entre Europa y Norteamérica, al servicio de la paz

La paz no puede nunca considerarse garantizada, y la primera responsabilidad de todo Gobierno es la seguridad. Ésa es la razón por la que Francia quiere contribuir a una organización política internacional destinada a conjurar los peligros. Quiere contribuir al ejercicio de una responsabilidad compartida dentro de unas instituciones internacionales fuertes, legítimas y aceptadas, especialmente a través de la reforma de la ONU y del Consejo de Seguridad. Trabaja en favor de una globalización controlada que esté al servicio del hombre, en armonía, justicia y solidaridad. Colabora en la construcción de una Europa política capaz de asumir sus responsabilidades internacionales al servicio de la paz.

Es necesaria la creación de un Grupo de Contacto sobre Afganistán

La Alianza Atlántica ocupa un lugar central en este proyecto. Por eso, en la cumbre de la OTAN que comienza hoy en Riga, reafirmaré la importancia del papel de la Alianza Atlántica como organización militar, garante de la seguridad colectiva de los aliados y lugar en el que los europeos y los norteamericanos pueden conjugar sus esfuerzos al servicio de la paz.

La amenaza de guerra generalizada en Europa ha desaparecido, y la OTAN ha vivido una profunda renovación y adaptación. Se ha abierto a las nuevas democracias. Está construyendo una relación de confianza con Rusia, que debemos consolidar sin cesar, porque preservar la paz en el continente europeo consiste, ante todo, en evitar nuevas líneas de fractura. Con ese mismo ánimo tratamos de construir una relación de socios entre la OTAN y Ucrania, y deseamos que la Alianza acepte, cuando estén listos, a los Estados candidatos de los Balcanes occidentales.

Como vivimos en una época llena de promesas, algunos creen que ha llegado el momento de recoger los dividendos de la paz. A mi juicio, eso sería un grave error. Bajar la guardia equivaldría a olvidar las amenazas del terrorismo, los nacionalismos agresivos y la voluntad de algunos Estados de llevar a cabo políticas de fuerza, en violación de sus compromisos internacionales. Hoy, como ayer, necesitamos una Alianza fuerte, solidaria y adaptada.

La primera exigencia de la Alianza es la credibilidad de su herramienta militar. De ahí la transformación que hemos iniciado para adquirir más eficacia y más capacidad de reacción. En Riga se declarará plenamente operativa la Fuerza de Reacción de la OTAN. De ese modo, la Alianza dispondrá de un instrumento multinacional sin precedentes.

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Es preciso que cada Estado miembro contribuya con unos esfuerzos de defensa apropiados. Los europeos llevan demasiado tiempo apoyándose en sus aliados estadounidenses. Deben asumir su parte de la carga y aprobar un esfuerzo nacional de defensa que esté a la altura de sus ambiciones para la Alianza Atlántica, pero también para la Unión Europea. Es una señal de la solidaridad entre las dos orillas del Atlántico. Es lo que hace Francia, uno de los primeros contribuyentes a la Alianza, a través de su Ley de Programación Militar, que persigue la modernización permanente de la Fuerza Estratégica -en un espíritu de estricta autosuficiencia-, y el equipamiento, la capacidad de reacción y la de despliegue de sus fuerzas convencionales.

Lo mismo ocurre con operaciones en beneficio de la paz y la seguridad internacionales. Me refiero, ante todo, a Afganistán. Francia está presente allí desde 2001 y tiene a su cargo la región de Kabul. Para crear allí unas condiciones de éxito es preciso que inscribamos nuestras acciones en el contexto de una estrategia global, un proceso político y económico reafirmado. Es necesaria la creación de un Grupo de Contacto que agrupe a los países de la región, los principales países involucrados y las organizaciones internacionales -como existe ya en Kosovo- para dotar a nuestras fuerzas de los medios necesarios para triunfar en su misión de apoyo a las autoridades afganas y volver a centrar a la Alianza en la dirección de las operaciones militares.

Este diálogo ampliado y estas consultas no deben apartarnos de la misión central de la Alianza. Debe seguir siendo un diálogo caso por caso y centrado en situaciones que puedan necesitar la intervención militar de la Alianza y sus socios. El único foro político con vocación universal debe ser Naciones Unidas.

Adaptar la Alianza es también tener en cuenta la nueva realidad de la Unión Europea, la mayoría de cuyos miembros pertenece también a la OTAN. La Europa de la defensa ha avanzado más desde la cumbre de Saint Malo que en los últimos 50 años. Me satisfacen hechos como que los europeos estén colaborando para tener equipos comunes, como el A 400 M y el helicóptero Tigre, o que estemos trabajando con el Reino Unido en un proyecto de portaaviones común. Se perfilan avances en el aprovechamiento mutuo de nuestros medios, sobre todo en el transporte estratégico y la formación de oficiales. Debemos pensar ya en asignar una dimensión permanente a nuestros instrumentos colectivos de mando y dirección de las operaciones, con el Centro de Operaciones creado dentro de la Unión Europea.

Esta evolución es necesaria, porque el compromiso de la Unión Europea al servicio de la paz va a ser cada vez más intenso. Una Europa de la defensa más fuerte, más eficaz y más segura de sus medios refuerza la capacidad de la Alianza en su conjunto y contribuye al equilibrio del mundo. Entre ella y la OTAN se establece una complementariedad que beneficia a ambas. En los casos en los que Europa está en mejor situación para intervenir -por motivos geográficos, históricos, o por el carácter de la intervención-, la Unión asume, como es debido, su parte de responsabilidad.

Por ejemplo, a la Unión Europea le corresponde desempeñar un papel de dirección en los Balcanes occidentales, a los que se ha ofrecido una perspectiva de integración. La Unión ha relevado a la Alianza en ARYM y Bosnia-Herzegovina, y se dispone a enviar a Kosovo una misión de policía en un periodo crítico en el que se juega el futuro de la provincia. En Líbano son los europeos los que forman -a petición de la comunidad internacional- el esqueleto de la nueva FINUL, cuya credibilidad es esencial para prevenir una nueva escalada de la violencia.

Esta evolución exige un diálogo político y estratégico más intenso entre Estados Unidos y la Unión Europea que suponga la continuidad de la cumbre de febrero de 2005 en Bruselas. Supone también, sin duda, un fortalecimiento de las relaciones entre la OTAN y la UE. Francia está dispuesta, desde luego, pero desea que la voz de la Unión se haga oír dentro de la Alianza. Lo cual quiere decir especialmente la posibilidad de que sus miembros establezcan dentro de ella una forma específica de concertación.

Esta evolución contribuirá a una Alianza cada vez más fuerte y solidaria, en la que los aliados norteamericanos y europeos puedan definir objetivos en común y seguir trabajando juntos por la paz y la seguridad internacionales, con arreglo a los principios y objetivos de la Carta de Naciones Unidas.

Jacques Chirac es presidente de la República francesa. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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