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Columna
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NATO 2.6

Andrés Ortega

La Alianza Atlántica puede enfermar gravemente de gigantismo, tanto por exceso de membresía como de alcance, y de ineficacia. Por mucho que Estados Unidos se empeñe en convertir a la OTAN en un brazo armado de Occidente, la planetarización, falta de medios, inadecuación a muchos de los retos actuales, y carencia de cohesión política pueden socavar lo que ha sido la alianza de mayor éxito de la historia, y que aún es necesaria, aunque probablemente no para lo que se usa. Son ya 26 + n + s: 26 miembros (y van a más), n asociados que crecen, a los que hay que sumar s nuevos socios globales como Japón, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur e Israel.

Mañana, en la cumbre en Riga (Letonia), a donde acude Bush como pato cojo aunque aún con enorme capacidad de influencia y decisión, la OTAN quiere formalizar al más alto nivel político el compromiso que ya adoptaron los ministros de Defensa, de ser capaz de afrontar a la vez dos operaciones mayores (que puedan implicar hasta 60.000 efectivos) y seis menores (hasta 30.000 máximo). Ahora bien, en términos de capacidades militares la OTAN, pese a no tener parangón en términos de planeamiento e integración, es poco más que la suma de lo que aportan sus países miembros, que asignan sus fuerzas, las mismas, a la Alianza, a la Unión Europea o a la ONU. EE UU gasta un 3,7% de su PIB en defensa; el resto de los aliados, una media de 1,8%, y no parece que vaya a aumentar (aunque sí mejorar, pues casi todos están sumidos en un proceso de transformación de sus fuerzas). Mientras, crecen más deprisa las demandas y los compromisos de actuaciones internacionales para la OTAN que su capacidad y doctrina.

No porque la ONU esté en crisis, puede la OTAN aspirar a reemplazarla, ni siquiera como la organización militar que siempre faltó a Naciones Unidas. Hoy es una enorme caja de herramientas de medios y fraguadora de coaliciones de voluntarios. Debería precisarse más para qué puede servir. Por mucho que les pese a algunos neocons americanos y españoles, la OTAN no parece capacitada para combatir el terrorismo yihadista en una guerra asimétrica global. Tampoco parece servir bien para Líbano, Sudán o Palestina (pese a que así se pida en la iniciativa de Zapatero y Chirac) y ni siquiera para reconstruir Afganistán. La UE puede llegar a ser más útil para este tipo de misiones. Incluso los británicos se están percatando de ello.

Sin embargo, EE UU y el Reino Unido han actuado al unísono en los debates que llevan a Riga impulsando acuerdos con esos socios globales, y programas específicos para atraer y ayudar a Estados débiles, como Afganistán e Irak, en este caso no directamente. La OTAN y estos análisis diferencian claramente entre los países que proporcionan seguridad y los que la demandan. Entre los primeros está Turquía, con un papel central en esa región, pero una posición incómoda tras negarse a secundar la guerra de Irak y ahora con sus problemas con la UE.

En la desastrosa guerra de Afganistán, hace meses que hizo su aparición el terrorismo suicida, ajeno a aquella tradición afgana. Pero allí, también han muerto decenas de muertos de soldados de la OTAN por fuego amigo. Algo no funciona bien cuando los aliados se disparan entre sí. Y faltan medios, ante lo que se está perfilando como otro desastre ante el renovado vigor de los talibanes. EE UU empuja a una convergencia de la operación de guerra dirigida por ellos, y la labor de reconstrucción de la OTAN al frente de la fuerza internacional ISAF. Lo que era en un principio una misión de paz se está convirtiendo en una de guerra. Por mucho que España, Francia e Italia se opongan y afirmen que la ISAF "no está para matar talibanes", el problema es que éstos sí están para matar a los de la ISAF. Más que en la sala de reuniones de Riga, la suerte de la OTAN, se está decidiendo en las montañas afganas e incluso en Kabul. aortega@elpais.es

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