Malos aires con Putin
La cumbre UE-Rusia que se celebró ayer en Helsinki no pudo haber llegado en peor momento, no ya por el tema energético y el veto de Polonia a un nuevo gran pacto europeo con Moscú, sino por la muerte en Londres por envenenamiento del ex miembro del KGB Litvinenko, que estaba investigando la muerte de la periodista rusa Anna Politkóvskaya. Antes de morir -Scotland Yard ha encontrado trazas de radioactividad en su orina-, el antiguo espía ha señalado directamente a Putin como instigador de su envenenamiento. El presidente ruso rechazó tales acusaciones en el tono retador y despreciativo que le caracteriza últimamente. Sorprende que los representantes de la UE no pidieran explicaciones sobre este caso que, oficialmente, sólo se planteó en la posterior conferencia de prensa.
Respecto al tema central de la cumbre, es muy de lamentar que un veto polaco -el primero planteado por uno de los 10 nuevos miembros de la UE a un acuerdo de primera magnitud, rompiendo las reglas no escritas del juego- haya impedido abrir las negociaciones para un Pacto de Estabilidad y Cooperación entre la Unión y Rusia, que incluya el comercio, la energía, la inmigración y otras dimensiones para acercar ambos espacios. Las razones del fracaso son aún más preocupantes que el hecho en sí. Formalmente, Polonia ha vetado la apertura de las negociaciones ante la decisión rusa de prohibir las importaciones de carne y verduras polacas por falta de higiene. Se trata de una cuestión técnica que debería resolverse en los próximos días. Pero por detrás está la enorme desconfianza de Polonia hacia Rusia. Es comprensible que, dado el pasado nada lejano, Varsovia tenga prevenciones respecto a su gigantesco y peligroso vecino.
Polonia, dirigida por los nada europeístas gemelos Kaczynski, se resiste a aceptar la construcción de un gasoducto entre Rusia y Alemania por el fondo del mar Báltico que le quitará peso como territorio de paso. Moscú está jugando peligrosamente con su gas y petróleo. Sabe que la energía es su mejor arma, y se resiste a firmar una carta de seguridad energética con sus socios europeos, excesivamente dependientes en el gas ruso. Putin se niega además a abrir sus mercados, incluyendo la propiedad de empresas como Gazprom, aunque Rusia entra en el accionariado de empresas europeas.
Putin sigue molesto con la ampliación de la Unión a antiguos satélites de la Unión Soviética. No conviene aislar a ese enorme país, y todo lo que sea involucrarlo en la gobernanza regional y global puede ayudar a abrir, modernizar, liberalizar y democratizar aquel sistema. No se trata de apaciguar, sino de integrar.
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