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Columna
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La falsa apariencia de disciplina fiscal

Ángel Ubide

La situación fiscal de las principales economías mundiales está mejorando ostensiblemente. Según las últimas proyecciones del FMI, el déficit fiscal de los países avanzados será del 2,3% del PIB en 2006, un 1,6% del PIB menor que en 2003. La mejoría es generalizada y casi todos los países europeos (menos Italia y Portugal) van a estar por debajo del límite del 3% fijado por el Pacto de Estabilidad. Parece que ha retornado la disciplina fiscal.

Pero, antes de echar las campanas al vuelo, es importante entender que dicha mejoría es casi exclusivamente fruto de la bonanza económica y del aumento cíclico de los ingresos, y que muy poco se ha avanzado en el control y reducción del gasto. La situación actual recuerda a la experiencia europea de finales de los años 90, cuando la sorprendente aceleración de los ingresos fue destinada en algunos países a financiar nuevas partidas de gasto en lugar de a reducir el déficit y avanzar hacia el equilibrio fiscal. La historia es conocida: cuando llegó la desaceleración económica los ingresos se evaporaron, el déficit aumentó rápidamente y el Pacto de Estabilidad entró en crisis.

Varios años después encontramos escenarios similares. Los ingresos están sorprendiendo al alza, y los Gobiernos están respondiendo, en general, con aumentos del gasto y recortes de impuestos. Parece que la política fiscal actual está atrapada entre la imposibilidad política de reducir los gastos, dados los múltiples equilibrios políticos que muchos Gobiernos tienen que hacer para mantenerse en el poder, y la tendencia global hacia la reducción de impuestos. Incluso Alemania está reduciendo su esfuerzo fiscal dada la mejoría recaudatoria, aunque ha mantenido el anunciado aumento del IVA.

La falta de disciplina de mercado favorece este comportamiento. El vicepresidente americano, Dick Cheney, dijo ya hace unos años que los déficits no importan y, de hecho, los mercados han contemplado impasibles la reducción de impuestos y la expansión del gasto de salud de los últimos años. La reciente rebaja del rating de la deuda italiana, como resultado del decepcionante proyecto de presupuesto, fue también ignorada por los mercados. Las vicisitudes del presupuesto italiano son un buen ejemplo de la apariencia de disciplina fiscal. Tras un comienzo prometedor, con medidas de reducción del déficit y de liberalización de los mercados tras la reciente victoria electoral, el presupuesto presentado la semana pasada por el Gobierno de Prodi es un compendio de medidas destinado a cumplir el mínimo necesario exigido por el Pacto de Estabilidad -mínimo importante, ya que supone una reducción del déficit de 1,2 puntos del PIB en un año- y mantener viva la coalición gubernamental a base de aumentos del gasto público, todo ello financiado con aumentos impositivos diversos, lucha contra el fraude fiscal y contabilidad creativa. La expectativa de una reducción convincente del gasto, que abriera la posibilidad de rebajas impositivas que dinamizaran la economía, se ha visto frustrada por las necesidades políticas.

La tentación de aumentar el gasto en momentos de crecimiento económico parece difícil de resistir. España tampoco es una excepción: aun desconociendo las posibles sorpresas que nos puedan deparar los presupuestos autonómicos, el presupuesto del Gobierno central (incluyendo el Estado y los organismos autónomos) conlleva un aumento del gasto primario (antes del pago de intereses) como porcentaje del PIB de casi medio punto. La situación cíclica española requeriría un presupuesto bastante más restrictivo, pero parece que la bonanza recaudatoria lo hace casi imposible.

Estas anécdotas son muestra patente de la paulatina desvirtuación de la disciplina fiscal, debilitada por un entorno de tipos de interés bajos, exceso de ahorro y envejecimiento de la población. Y no sólo desde el punto de vista cíclico -ahorrar durante las vacas gordas para gastar durante las vacas flacas- sino también desde el punto de vista generacional. Los jóvenes tienen escasa representación política y el futuro electoral inmediato se antepone cada vez más a la solvencia de largo plazo -como demostró la Administración Bush con la implantación del programa de medicinas para pensionistas, de altísimo coste y de corte electoralista- creando un conflicto intergeneracional de difícil solución.

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