Hacia el colapso final
No vamos a hacer una crítica a una película de terror japonesa, aunque el tema pudiera dar para el guión de una de la nouvelle vague. Chico conoce a chica en un enorme embotellamiento, el cura de tres coches más allá les casa, tienen tres hijos y viven felices entre las carrocerías de los vehículos cada vez más deterioradas, y todos se alimentan a base de melones de un transportista que los traía de Villaconejos... Demasiada exageración. Todos sabemos que, tres horas después de lo pronosticado, podremos entrar por la mañana en Bilbao; quien no se consuela es porque no quiere. El retraso tan sólo ha sido causado por un coche que se ha accidentado en cualquier punto de la periferia, produciendo una especie de efecto mariposa, desde Abanto o Getxo hasta Galdakao. Eso sí que es una Y, porque cualquier coche que se accidente por ahí produce un efecto en toda esa red.
Cuando pasa esto, cada vez con más frecuencia, los de Bilbao nos consolamos con lo que pasa en Madrid por la M-30 o la 40. Vete a Madrid y verás. Pero si al mes soportas un embotellamiento gordo, más unas seis veces más de entre media y una hora, teniendo en cuenta lo pequeño de nuestra población, bastante menor que la de Madrid, tendremos que reconocer que nuestra red de carreteras se ha quedado colapsada, y el problema es que no tiene solución.
Antes de que se construyera el cinturón de autovías, mucho antes, apenas cuando la gran motorización dio el salto, finales de los sesenta y setenta, se decía con sorna que más de uno había hecho la carrera de Derecho en la retención que se formaba en la curva de Burtzeña para entrar en Zorroza. Treinta años después, después de haberse anillado Bilbao con una monstruosa plancha de hormigón, vamos camino de aquello. Se habrá multiplicado por diez el número de vías para acceder a la villa a trabajar, pero el problema es que ha aumentado veinte veces el número de coches. Pese al enorme avance para la comunicación cercana que ha supuesto el metro, no ha llegado en ningún momento a más del cinco por ciento el número de usuarios que dejó el coche en su casa. Lo que sí ha arrebatado es algo más de usuarios al autobús. Seguimos cogiendo el coche por prurito social y falsa comodidad.
Gran parte de nuestra economía gira alrededor del automóvil. Cuando nos quedemos sin petróleo, ya se inventará otro combustible, si es que no entramos en una de esas situaciones apocalípticas que describen muchos cómics o el calentamiento nos barre de la superficie del planeta. Si eso no pasa, seguiremos con los coches, y gastando en hormigón, que es otra de nuestras facetas de desarrollo económico, y seguiremos yendo a trabajar todas las mañanas en nuestro coche perdiendo gran parte de nuestra vida y gran parte de nuestra salud en él. Pienso que sería socialmente mucho más útil hacer el ferrocarril hasta Castro Urdiales y otro que pase por el aeropuerto y llegue a Mungia que seguir esta batalla a favor de la derrota haciendo más carreteras para que las ocupen los coches antes de inaugurarlas. Lo del tren a Castro, por aquello de pasar de una autonomía a otra, lo veo más difícil que hacer uno cuando el Telón de Acero era una realidad entre un bloque y el otro.
Ahora que vienen las elecciones forales y municipales, a mí lo que me gustaría, además de que inauguren aparcamientos para residentes que no los podemos comprar -para prueba, el del Arenal- y alguna que otra carretera -ya ni la Dipu tiene pasta para sostener tanta carretera-, es que inaugurasen nuevos tramos de ferrocarriles y metros, menos los de tranvía, porque en muchas ciudades que conozco lo que han hecho es enterrar en la medida de lo posible sus antiguas líneas de tranvías y convertirlas en metro.
Finalmente, nadie hará nada. Los niños nacidos en la A-8 acabarán sus vidas allí cuando se agoten los melones, y el último superviviente, divisando desde las alturas de la autopista las ruinas de Sabin Etxea, lanzará una maldición al cielo -"¡maldito Henry!- preguntámdose por qué no se había construido ningún ferrocarril que descolapsara las carreteras. Ese mismo día, unos con apariencias de ecologistas se seguían manifestando en Vitoria para impedir que se hiciera el tren de alta velocidad.
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