Primero los padres, luego los hijos
Por lo que pueda pasar, la élite rusa trata de obtener capital inmediato, ya sea con emisiones de acciones dirigidas a los inversores internacionales o con puestos estratégicos en las grandes compañías controladas por el Estado.
El vicepresidente del Gobierno, Dmitri Medvedev, es presidente de la junta directiva de Gazprom; el vicejefe de la Administración del Kremlin, Ígor Sechin, petersburgués y veterano del KGB, preside el de la petrolera Rosneft; otro vice de la Administración, Víctor Ivanov, también petersburgués y veterano del KGB, está al frente de Aeroflot y del consorcio de Armamento, Almaz Antéi. Por su parte, el jefe de la Administración, Serguéi Sobianin, encabeza la junta directiva de Tvel, la corporación gestora de las acciones de las empresas productoras de combustible nuclear.
Tras los padres, llegan los hijos. A sus 25 años, Andréi Pátrushev, hijo del jefe del Servicio de Seguridad, es consejero de Ígor Sechin en Rosneft.
El joven Pátrushev estudió en la academia del FSB con Pavel Fradkov, el hijo pequeño del primer ministro, que ahora trabaja en el departamento responsable del G 8 y de la Unión Europea en el Ministerio de Exteriores. Serguéi Ivanov, de 25 años, hijo del ministro de Defensa, es vicepresidente de Gazprombank.
La mayoría de los rusos parecen hoy indiferentes a la política endogámica y opaca del Kremlin. Los menos privilegiados sufren el deterioro y la corrupción escandalosa del sistema de sanidad y enseñanza.
Los más favorecidos compran las casas más caras de Londres y en Moscú protegen con guardaespaldas a los niños, cuyo sueño más exótico es viajar en metro, porque jamás estuvieron en él.
Mientras, la clase media, forjada a base de petrodólares, se recrea en la nueva moda del consumo a crédito sin pensar en las consecuencias.
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