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Columna
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Casa tomada

Casa tomada, uno de los relatos más famosos de Cortázar. Nos cuenta la historia de dos hermanos a quienes una fuerza invisible empuja en el interior de su casa, obligándoles a abandonar una habitación tras otra. "Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo". Así de un cuarto al otro, hasta que al final se ven en la calle. "Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar, a esa hora y con la casa tomada". Esa representación del poder siniestro y del exilio que contiene la metáfora de la casa tomada yo la he asociado o la he visto muchas veces en el Palacio de Aiete. En los veranos de la primera parte de mi vida sucedía también que el yate de Franco aparecía en la bahía de la Concha, y el dictador y su corte se instalaban en ese palacio blanco, en lo alto de la ciudad. Acabó la dictadura, desapareció el Azor del horizonte de la playa y Aiete se cerró. Sólo sus jardines han estado abiertos al público y al pasear por ellos he recordado a menudo el cuento de Cortázar, porque he pensado que, igual que la Casa tomada, ese palacio se había cerrado sobre una memoria siniestra, y albergaba en su interior un fantasma.

Lamento que en el patrimonio cultural a proteger no se incluyan bienes inmateriales

Por eso el proyecto del Ayuntamiento donostiarra de convertir Aiete en un Instituto de Derechos Humanos y una Casa de Cultura me ha parecido, desde su anuncio, no sólo una excelente idea sino una réplica democrática perfecta: una victoria civilizada del presente sobre el pasado; o la victoria de un presente que se quiere y se intenta civilizado sobre un pasado cruel. Tras la presentación del proyecto llegó la decisión del Gobierno vasco de clasificar el palacio de Aiete, de convertirlo en monumento protegido. Esta declaración exige de las obras a realizar sobre el edificio y los jardines el respeto de determinadas condiciones. Tengo poco que objetar al hecho de que la Consejería de Cultura proteja los bienes del mismo nombre. Aunque siempre lamento que esa protección, cuando se da, atienda mucho más a los hechos (piezas, obras, edificios) culturales que a los actos de cultura. O por decirlo de otro modo, lo que lamento es que en el patrimonio cultural a proteger, junto a las estatuas, capillas y palacios, nuestra consejería no incluya bienes inmateriales tanto o más valiosos: las condiciones para que florezca el pensamiento crítico, por ejemplo; o la capacidad para la lectura (leer no sólo es una actitud sino, fundamental y previamente, una aptitud). Desde ese punto de vista, posibilitar la actividad de una casa de cultura o de un centro de derechos humanos resultaría al menos tan importante como proteger sus paredes.

Pero al parecer no. Ya he dicho que durante muchos años he asociado ese palacio con un viejo fantasma. Ahora me invade la sensación de otro mucho más moderno: el fantasma de los (des)intereses partidistas. Porque, por un lado, veo el proyecto concreto del Ayuntamiento donostiarra; y por el otro no veo nada; porque de momento no hay nada que ver, porque el Gobierno vasco, que es quien tiene que autorizar la reforma de Aiete, no se ha pronunciado aún. El miércoles Odón Elorza denunciaba ese y otro silencio: al parecer ha pedido en vano varias entrevistas con Miren Azkarate. El jueves, el viceconsejero de Cultura replicaba a bote pronto: su departamento no frena sino que trabaja para agilizar el proyecto de Aiete. El problema es que, como otras veces, la afirmación no iba acompañada de sustento alguno. No incluía nada que pudiera indicarnos que de verdad están estudiando el dossier: ni el más somero análisis, ni el menor avance, ni la más tímida indicación sobre las "adecuaciones pertinentes" a efectuar en las obras previstas. En fin, que, como tantas veces, el Gobierno vasco ha protestado pero no ha respondido. No le ha dado a Aiete la respuesta que necesita para dejar de ser una casa tomada por los fantasmas y los malos recuerdos.

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