Kafka en una prisión peruana
Una española cuenta su cautiverio tras ser confundida con una 'narco'
Imagina una celda de cinco por cinco metros en la que cohabitan setenta mujeres. Sin apenas luz natural, sin espacio para estirarse. Imagina que de repente tú ya no eres tú, sino una traficante de drogas internacional, sobre la que pesan once órdenes de busca y captura. Imagina que estás de vacaciones y terminas hacinada en un penal que está denunciado por Naciones Unidas, y compartes celda con auténticas narcos, terroristas y alguna inocente. Imagina que sales.
Podría ser el argumento de una novela de Franz Kafka, pero Isabel Gómez, Lula (Madrid, 1970), vivió esa aventura punto por punto en abril de 2004, durante unas vacaciones de Semana Santa. Después de aterrizar en Lima fue detenida porque su nombre y apellidos coincidían con los de alguien buscado por la justicia de Perú desde hacía 10 años por tráfico de drogas. Y terminó en el penal de Santa Mónica del Chorrillo, de donde salió, para abandonar un país al que, aún hoy, no puede volver: en dos de los tres juzgados que expidieron las órdenes de busca y captura contra ella, su expediente "se ha perdido".
Isabel Gómez no podrá volver a Perú: dos juzgados que la persiguieron han perdido su expediente
Ahora Lula Gómez publica Condenadas al silencio, (Espejo de Tinta) la historia de sus "trece días y trece noches" presa y la de sus compañeras; "gente sin voz, invisibles para el resto por no tener nada". Y repite, como si se tratase de una consigna, que ella es "la única que no está condenada al silencio". Las demás, cuenta, "eran mujeres condenadas a morir en el silencio. Salían en la prensa cuando entraban, pero nunca se daba la noticia de que salían".
Lula entiende de noticias porque es periodista. Y con ese estilo, claro y directo, sin dramatismo, ha escrito esta historia desgarradora en la que los personajes tienen rostro y manos que se agarran a los barrotes o se tienden hacia ella -"ahora me gusta acordarme de los momentos de ternura"- y personajes con una vida que contar entre rejas. Y su propia historia se mezcla con la de sus compañeras de colchón.
Hubo momentos "muy duros", pero también "emocionantes". Entre ellos, Lula recuerda una fiesta sorpresa de cumpleaños, "con cervezas ficticias, tarta ficticia..., las luces de la celda apagadas y todas cantando el cumpleaños feliz cuando la compañera volvió de la ducha".
"Sus historias pueden ser o no verdad, porque en prisión la imaginación es lo único que te pertenece realmente", suelta Lula a borbotones. "Lo importante es que allí dentro, esa realidad con la que fantaseaban, o no, es la que tienen". La de Margi Eveling Clavo, "terrorista y dirigente de Sendero Luminoso", fue "la única historia" que Lula corroboró al salir. "Ella me enseñó mis derechos y me tranquilizó en el calabozo".
Su nombre y su historia aparecieron en primera página en los diarios peruanos. Tenía claro que se había beneficiado "de ser occidental, tener dinero y una familia que la reclamaba". Y denunció lo que había visto: "la ausencia de derechos de las presas (pasaban tres o cuatro años antes de que a mis compañeras las visitara un abogado), el hacinamiento, la falta de higiene, que dormíamos en el suelo..."
En la mochila de Lula había camisetas, vaqueros, saco de dormir billetes para visitar Cuzco y Machu Picchu... Al final pasó de la aduana del aeropuerto de Lima al Palacio de Justicia y de ahí a una cárcel con capacidad para 450 personas, en la que se hacinaban 900. "De Perú sólo conozco la cárcel y el Palacio Presidencial, donde me recibió Alejandro Toledo [entonces presidente del país]", ironiza. Pero se siente afortunada, Perú es el país donde más españoles hay en prisión por tráfico de drogas.
Las protagonistas de Condenadas al silencio, mujeres de todas las edades, desde los 17 hasta los 80 años, que compartieron cautiverio con Lula cobran vida página a página. "No puedo dejar de pensar donde estoy; que somos absolutamente diferentes por haber nacido al otro lado del charco", lamenta Lula. "A mí me robaron trece días con sus trece noches, pudieron ser seis meses u ocho años, pero yo guardaba una carta en la manga que ellas no tenían. Sabía que iba a salir".
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