Circular
Se ha celebrado en la Audiencia Provincial de Vizcya el juicio por la muerte de Ofelia Hernández. Su ex compañero sentimental la acuchilló en enero de 2005 delante de sus hijos pequeños. La semana que viene se celebrará en San Sebastián el juicio por los malos tratos que durante meses un hombre infligió a su compañera. Se trata de una práctica (el maltrato y el juicio consiguiente) cuya habitualidad o costumbrismo la apartan de la consideración de noticia. Para alcanzar ese estatus tiene que llegar la sangre al río de la moqueta, el parqué o la baldosa, o el modus operandi del agresor incluir rasgos de espectacularidad o rareza. Pero éste es un juicio especial que merece tratamiento mediático porque la víctima es una mujer tristemente conocida por todos: Begoña Bohoyo, a quien su compañero mató (presuntamente) de una brutal paliza de tres días, unos meses después de producirse los malos tratos que ahora van a juzgarse. El jueves no va a enjuiciarse su muerte, sino el martirio previo; la paliza mortal se verá más adelante.
El pasado fue un mal año para la violencia de género. Murieron asesinadas en España más de 60 mujeres, tres de las cuales en Euskadi. El anterior también fue un mal año, y el anterior. Y éste: estamos en noviembre y ya son cerca de 70 las víctimas mortales. Y miles y miles los casos de maltrato denunciados, es decir, cientos de miles los casos de maltrato producidos. Ya sabemos que el relato de la violencia de género se escribe, como los cuentos de Hemingway, con la "técnica del iceberg": aflora un pequeño porcentaje, mientras el grueso avanza -presentido, adivinado- por debajo del agua helada. En pleno frenesí discursivo sobre el (cada vez más kafkiano) proceso, a mí no me salen las cuentas de la paz. Ni de la normalización, ni de la convivencia democrática.
Sé seguro, todo el mundo lo sabe, que mientras escribo estas líneas o Arnaldo Otegi asusta en rueda de prensa, o se presenta la fantástica pasarela de Sagüés, o la gente se vacuna contra la gripe, o se abren por las mañanas las oficinas y las escuelas, o se cierran por las noches las tiendas y los bares, o alguien visita Gure Artea en el Koldo Mitxelena donostiarra, o el Guggenheim o el Artium, o se llenan y se vacían los autobuses o los cines, o sale el sol o se acuesta.... Mientras todo eso pasa en nuestro enfatizado país, pasa también que algún (ex) compañero o algún ex sentimental le está partiendo la cara a una mujer. Amedrentándola, humillándola, aterrorizándola. Con o sin orden de alejamiento. Delante o detrás de sus hijos pequeños. Por primera o por enésima vez. Lo sé seguro. Todo el mundo sabe a ciencia y estadística cierta que eso pasa y repasa y repasa y repasa y repasa... mientras se procesan (sin definirse) la paz, la normalización y la convivencia democrática.
Se ha celebrado en la Audiencia Provincial de Vizcaya el juicio por la muerte de Ofelia Hernández. Su ex compañero sentimental la acuchilló en enero de 2005 delante de sus hijos pequeños. La semana que viene se celebrará en San Sebastián el juicio por los malos tratos que durante meses un hombre infligió a su compañera. Se trata de una práctica (el maltrato y el juicio consiguiente) cuya habitualidad o costumbrismo la apartan de la consideración de noticia. Para alcanzar ese estatus tiene que llegar la sangre al río de la moqueta, el parqué o la baldosa, o el modus operandi del agresor incluir rasgos de espectacularidad o rareza.
El pasado fue un mal año para la violencia de género. Murieron asesinadas en España más de 60 mujeres, tres de las cuales en Euskadi. El anterior también fue un mal año y el anterior. Y éste: estamos en noviembre y ya son cerca de 70 las víctimas mortales. Y miles y miles los casos de maltrato denunciados, es decir, cientos de miles los casos de maltrato producidos. Ya sabemos que el relato de la violencia de género se escribe, como los cuentos de Hemingway, con la "técnica del iceberg": aflora un pequeño porcentaje, mientras el grueso avanza -presentido, adivinado- por debajo del agua... Helada.
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