El color del cristal
"Sólo las culturas en decadencia buscan protección". La frase es de Aznar y fue pronunciada en pleno debate sobre la llamada excepción cultural. El ex presidente confundía la gimnasia con la magnesia pero no extraña en quien creía que la libertad fundamental es la del mercado y la veía como la libertad del zorro en el gallinero, con gallinas también libres, eso sí. La excepción cultural se reclama para evitar que los productos culturales sean tratados como cualquier otro producto, es decir, para que queden fuera del gallinero de la OMC y del apetito del zorro.
Que la novela Les bienveillantes haya ganado los premios Goncourt y de la Academia Francesa no tiene nada que ver con la excepción cultural pero que su autor sea un americano que escribe en francés, que se hayan vendido 250.000 ejemplares de sus 900 páginas antes de ganar premio alguno, y que el tema de la misma sea el cómo un humano se convierte en asesino de otros humanos, eso sí que tiene que ver. Como tiene que ver el que sigan existiendo programas de radio como los de France Culture, una emisora pública. El otro día, pude seguir uno de los juegos que proponen. Primero eligen unos versos, de Victor Hugo, concretamente de Ruy Blas; luego, invitan a un pequeño grupo de escritores a sustituir los sustantivos por perífrasis, y, por fin, un nuevo personaje es invitado a reconstruirlo. En esa oportunidad quien afrontó el reto fue Jèrome Clement, el patrón del canal televisivo Arte y su tarea por devolver el texto a su pureza original le llevó a unos versos de... Lamartine, de Le Lac. En ambos casos se evocan amores desesperados y la muerte como amenaza, es decir, que estamos ante un error comprensible, inteligente y cultivado. La emisión está llena de humor y corresponde a la perfección a la pasión francesa por la literatura conciliada con la exactitud en la expresión y formulación de ideas. Otra manera de ver la excepción cultural.
Y a eso iba. Habla de excepción cultural quien cree ser heredero de un patrimonio colectivo que defender. Para el Gobierno francés, de derecha o de izquierda, la excepción cultural es legítima y su noción de patrimonio es generosa. Antoni Tàpies recibió el pasado martes, de manos del ministro galo de Exteriores, las insignias de comendador de la Legión de Honor. El acto en sí forma parte del habitual reparto de honores y reconocimientos pero el discurso del ministro Douste-Blazy, preciso y ajustado, le dio la dignidad que la trayectoria de Tàpies se merece. Eso también forma parte de la excepción cultural. Otro fenómeno que justifica la política cultural francesa: la existencia y éxito de la obra del filósofo Michel Onfray. Este hombre dejó las estructuras de la enseñanza pública en 2002. "Estaba harto de corregir trabajos inadecuados a las capacidades de los alumnos", dice. Y fundó una universidad popular en Caen (Normandía). "No hay condiciones de acceso, ni obligación de asistencia, no damos diplomas ni hacemos exámenes. Nuestro curso es gratuito". Cada martes, más de 600 personas abarrotan un anfiteatro para escuchar durante una hora a Onfray exponer su "contrahistoria de la filosofía" y luego discutir con él o entre ellas durante otra hora. La red de universidades populares se ha extendido a varias ciudades y los discos con las conferencias de Onfray -cajas con 12 compactos cada uno- figuran en los 40 Principales franceses: más de 100.000 ejemplares vendidos. Es una excepción cultural que existe al margen de las subvenciones y del Estado.
El millonario François Pinault y su colección presentada, en pequeñas dosis, en el Palazzo Grassi veneciano, ¿también forma parte de la excepción cultural? Es más que dudoso. De entrada, no busca los beneficios de una política proteccionista por la vía de las cuotas, subvenciones u obligaciones como el precio único del libro, pensado para proteger las librerías de los supermercados. Lo que sí busca es la desgravación fiscal y el reconocimiento social. Pero su colección, sin duda espléndida -Cattelan, Hirst, McCarthy, Ray, Koons, Ruscha, entre otros-, no es muy distinta de la de otros grandes coleccionistas millonarios, como Saatchi. ¿Viajar para qué? ¿Excepción para qué? Los críticos, comisarios, casas de subastas, directores de museos y coleccionistas, en su gran mayoría defienden un sentido del término excepción cultural -el relacionado con las ventajas fiscales- pero al mismo tiempo favorecen la globalización del arte -siempre ha existido- a la vez que la uniformización del gusto. Es un efecto negativo, pero ¿hay ventajas sin inconvenientes?
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