Popularidad y democracia
Centrada en los pocos días de mayo de 1997 que median entre la elección popular de Tony Blair como primer ministro laborista y el entierro de lady Diana Spencer, después de su mortal accidente en París, The Queen sitúa su estrategia de sentido entre dos frases brillantes. Una de Shakespeare, de su Enrique IV, abre la película y recuerda que "inquieta vive la cabeza que lleva una corona". La otra, el último consejo que se permite Isabel II ante el entonces ya entregado Blair, en la última entrevista entre ambos que vemos en el filme: "Algún día también le pasará a usted", le recuerda la curtida soberana a su novato primer ministro. Y se refiere a la popularidad, esa cosa tan impalpable, y sin embargo tan necesaria en democracia para perpetuarse en el poder.
THE QUEEN
Dirección: Stephen Frears. Intérpretes: Helen Mirren, Michael Sheen, James Cromwell, Alex Jennings, Sylvia Syms. Género: drama. Reino Unido, 2006. Duración: 97 minutos.
Entre esos dos recordatorios, se sitúa toda la acción de un filme que parece rodado en pantuflas, capturando más que los grandes hechos de la crónica de sucesos (que también), a los protagonistas entre bambalinas: en un salón familiar del palacio de Buckingham ("el planeta Zog", le llama el brillante asesor de Blair, para subrayar la diferencia de sus pobladores con respecto al resto de la sociedad inglesa), en la cocina del 10 de Downing Street, la residencia del premier, mientras éste oye las deliciosas invectivas de su acerada mujer, Cherie, que se comporta como una republicana particularmente hiriente, y sus niños toman el desayuno; en un cottage en Balmoral.
Y lo que verdaderamente parece capturar Stephen Frears con su cámara es justamente lo que siempre le ha interesado en su cine más audaz (Mi hermosa lavandería, Sammy y Rosie se lo montan, Negocios sucios, Las amistades peligrosas, por citar sólo algunos títulos que podrían ser más): un conflicto de mentalidades, en el que, como toda dramaturgia debería recordar siempre, cada uno de los involucrados tiene su punto de vista. Y muy respetable, además.
Lo que más llama la atención del filme es lo magistralmente bien que están descritas las mentalidades de los principales actores: la reina, prisionera de su encorsetada educación de hierro, incapaz de derramar una lágrima (pero, genialmente interpretada por una Helen Mirren impresionante, también capaz de transmitir sutilmente sus emociones) y, más grave todavía, incapaz de conectar son sus súbditos, para ella hasta entonces previsibles en sus reacciones, pero no ante el dolor provocado por la pérdida de Lady Di. Y también Blair, un político hecho en la calle que se da perfecta cuenta de por dónde sopla el viento, y a quien va ganando poco a poco la solidez moral de la soberana, esa "madre de todos los ingleses" que tuvo que vivir más de una dura guerra, sin desmejorar el gesto.
De ahí que cuando el filme acaba, el espectador se percate de que ha contemplado un fragmento de historia tomada con palpitante pulso por un cineasta especialmente atento a los detalles, pero también muy sutil para no cargar las tintas, ni para abordar con humor un momento terrible, o para, en fin, dar de sus personajes uno de los más detallados retratos de políticos en activo que recuerda este cronista en una pantalla.
Babelia
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