Flor de estercolero
Entre las numerosas virtudes de George W. Bush se encuentra su sentido del humor. Nadie se lo discute, ni siquiera sus contrincantes. Practica además la ironía decente, que es la que se ensaña consigo mismo o con los suyos tanto o más que con los otros. Su consejero áulico Karl Rove, responsable de todas sus victorias en Tejas y en Washington y también de su enorme derrota de ayer, la ha sufrido en propia piel. El presidente suele hablar de Rove como del Niño Prodigio, pero le tiene reservado otro apodo algo más cruel, Flor de Estercolero (Turd Blossom), que no deja en buen lugar a nadie, ni a Rove ni al Partido Republicano, donde florecen tales pimpollos.
Este personaje es el gran derrotado del supermartes. Más que el presidente, todavía con dos años por delante para intentar terminar el segundo mandato de buenas maneras y hacerlo ejercitándose en el arte de la política bipartidaria, un tipo de práctica muy bien vista en Estados Unidos y en cualquier sitio cuando no se goza de mayoría suficiente. Ciertamente son muchos los descalabrados en esta jornada gloriosa para los demócratas: el Partido Republicano, el presidente, Donald Rumsfeld y sobre todo los neocons, que han venido merodeando por la Casa Blanca en los últimos seis años. Muchas de las ideas y de las teorías políticas aplicadas en el tsunami conservador de los últimos años llegaron tocadas a las elecciones de ayer y quedarán definitivamente hundidas en los próximos meses. La teoría de la acción bélica preventiva, el unilateralismo, las definiciones laxas de la tortura, la eliminación de los derechos de los detenidos, las escuchas telefónicas sin control judicial, la supremacía del poder presidencial sobre el judicial y el legislativo, el Gran Oriente Próximo, la democratización a cañonazos o la propia concepción de una guerra global contra el terror, que se libra en todo el mundo frente a un enemigo difuso y por tiempo indefinido, y tantos otros trastos que el supermartes ha recogido y tirado al carro de la basura, para que sean transportados en los próximos meses por un Congreso demócrata, y quién sabe si también por el Senado, al lugar donde surgen esas flores excepcionales.
Pero el artefacto que ayer se quebró de forma más ruidosa es la varita mágica de Karl Rove, la teoría electoral con la que Flor de Estercolero consiguió la mayor época de éxito del Partido Republicano, que hizo soñar a algunos con enmendar la historia de Estados Unidos y de sus logros sociales desde los tiempos del New Deal del presidente Roosevelt. Lo ha señalado el editor de la revista Slate, Jacob Weisberg, y lo ha subrayado aquí, pensando en España, José Ignacio Wert en su artículo Clima político y estrategias del pasado 26 de octubre. A la sabiduría convencional que atribuye la victoria a quien ocupa el centro político, Rove opuso la idea osada de que se vence ocupando el propio territorio mediante el endurecimiento de las propias ideas, y si hace falta incluso mediante actitudes extremistas. Hasta ayer la realidad había confirmado a Rove. Ahora su teoría ha sido falsada, según el concepto de Karl Popper sobre la comprobación de las hipótesis científicas mediante su contrastación sucesiva con los hechos. La falsación de una teoría significa que la damos por cierta mientras no se demuestre lo contrario, que es lo que ocurrió ayer en este supermartes del que muchos, y no sólo en el Parti- do Republicano, deberían tomar nota.
Ha terminado la revolución conservadora que empezó en 1994 con la mayoría republicana en el Congreso. Ha terminado también el momento neocon, que empezó con la oportunidad que abrió el 11-S a este grupo de aventureros intelectuales para que pusieran en práctica sus extravagantes teorías, con los resultados que se ha visto. Ya han dicho algunos neocons que deberán pasar muchos años antes de que alguien intente aplicar de nuevo ideas tan descabelladas, incluyendo la renuncia al centro político. Pero tienen razón los republicanos cuando señalan que los demócratas tampoco tienen una política alternativa para Irak. Es Estados Unidos quien no sabe qué hacer con Irak ni tiene ideas sólidas sobre su papel en el mundo. Europa debiera tenerlo en cuenta, pues se abre una oportunidad durante los dos próximos años para estrechar las relaciones transatlánticas sobre unas bases realistas y a la vez más acordes con la visión que tienen los liberales americanos y casi todos los europeos de los derechos humanos y de las libertades. Respiremos aliviados, en todo caso, con Hillary Clinton: "Lo que está ocurriendo hoy a través del país es una buena señal de que la democracia y nuestra Constitución están vivas y gozan de buena salud".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.