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Columna
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Geopolítica del calentamiento global

Andrés Ortega

Al Gore, con su documental Una verdad incómoda, indica que ese mal común que es el calentamiento del planeta es una amenaza mayor que el terrorismo. Sin duda. Pero se puede ir más allá. El cambio climático puede acabar siendo uno de los factores que alienten las guerras y el terrorismo, pues favorecerá la multiplicación de Estados fallidos y la radicalización de sus sociedades, que bien pueden aprovechar movimientos terroristas globales. El Plan de Acción de la Alianza de Civilizaciones que se presenta el próximo lunes, debería tomar también en cuenta esta dimensión.

El calentamiento está teniendo ya efectos geopolíticos, y los tendrá aún mayores en los cataclismos nada lejanos que augura, de no hacer lo que se requiere, el informe de Nicholas Stern patrocinado por Blair. La lucha por el agua es un factor sin el cual no se pueden entender los conflictos en Oriente Próximo. Su importancia crecerá. La sequía también está detrás de una parte de la emigración subsahariana. Dos grados más de temperatura, combinados con el aumento de la población, podrían dejar a varios millones de gente sin agua, que tendrían que convertirse en "refugiados climáticos" en otros lugares.

Ya hoy, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cada africano dispone, de media, de una tercera parte menos de agua que en los años setenta. Según otro informe, de Oxfam, la temperatura media en África ha subido medio grado en un siglo, pero en algunos lugares, como Kenia, 3,5 grados en 20 años. Con un aumento ligero de la temperatura, las cosechas de cereales pueden mejorar, pero por encima de dos o tres grados, podrían reducirse entre un 5 y un 10%. En África, Oriente Medio y Asia -China incluida-, la pérdida puede llegar hasta un 35%. Un aumento del nivel del mar de 50 centímetros obligará a dos millones de personas a abandonar el Delta del Nilo, y a muchos millones en Bangladesh.

La ministra británica de Exteriores, Margaret Beckett, al citar algunos de estos datos, reclamaba recientemente en Berlín que las políticas exteriores, incluida la europea, se ocuparán de lo que llama la "seguridad climática", que debe consistir no sólo en evitar los mayores desastres que provoca el calentamiento, sino también sus consecuencias estratégicas, entre las que están la estabilidad de los Estados y el acceso a las fuentes de energía. Aunque el informe Stern tiene mucho de spin de Blair para, en su recta de salida de Downing Street, forjarse otra imagen y buscar una bandera aglutinadora, interna, europea y global, no deja de tener razón.

Las sequías y la desertificación, los movimientos de población que provocan, el consiguiente aumento de enfermedades como la malaria o el dengue, y las luchas por los recursos escasos, azuzarán los conflictos y el número de Estados fallidos en África y en otras partes del mundo. En Somalia, donde EE UU, junto con algunos aliados, también libra su guerra contra el terror, según la FAO la cosecha ha sido este año un 30% por debajo de lo normal debido a la peor sequía en 40 años. Es probable que estas condiciones hayan favorecido la reciente toma del poder por islamistas radicales.

El cambio climático tendrá un efecto potencialmente devastador sobre las economías de todos los países, pero serán los menos desarrollados los primeros y más afectados, según el Informe Stern, por lo que los más ricos deberían hacer el esfuerzo principal para la reducción de emisiones de gases, que está en el origen del efecto invernadero. También reconoce que si EE UU y China no se suben a este carro (ninguno forman parte del Protocolo de Kioto) de poco servirán los esfuerzos parciales.

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Quizá le resulte atractivo al Norte el hecho de que limpiar el aire del planeta y recuperar el medioambiente va a ser un negocio lucrativo, del orden de 20 billones de dólares de aquí a 2030, según la Agencia Internacional de la Energía. Estas tecnologías las dominan las economías avanzadas. ¿Las convertirán en bienes comunes? aortega@elpais.es

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