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Reportaje:Nuevos vascos | Alexandra Amelian

"Existen todavía muchas fronteras mentales"

Alexandra Amelian tiene 21 años, pero las circunstancias en que ha transcurrido su vida le dan una madurez poco habitual en la mayoría de las chicas de su edad. "Mis amistades son mayores que yo", reconoce la joven, en cuyo interior no faltan los conflictos. "Algunas veces me digo, si soy una niña... Y llevo una temporada haciendo chorradas. Pero ya estoy trabajando y tengo responsabilidades", comenta en perfecto castellano.

La mediana de tres hermanas, se crió en Carcaliu en el seno de una familia en que no sobraba el dinero, pero tampoco faltaba. Su padre era constructor y su madre trabajaba las dos hectáreas de tierra que se extendían junto a la casa donde vivían los cinco. Estudió sólo hasta los 14 años. "Para seguir estudiando tenía que ir a la ciudad y a mi madre le asustaba la idea", recuerda la joven, quien no oculta la actitud machista de sus progenitores.

"Duele mucho cuando no te dan la oportunidad de darte a conocer como persona"

Se dedicó entonces a ayudar a su madre y constató que en Rumania tenía pocas posibilidades para labrarse un futuro. La primera en salir del hogar fue su hermana mayor, que emigró a Italia. Alexandra se ilusionó con la idea de seguir sus pasos y viajar junto a ella. No pudo ser, pero no se le quitó la idea de abandonar su tierra: "Entre que mi hermana me dio plantón y mi madre hablaba de ella toda orgullosa, me encabezoné".

Así que en agosto de 2002, con 17 años recién cumplidos, se marchó a Valencia, donde vivía una amiga de su hermana. Entró en España con un permiso de turista por tres meses. Enseguida encontró trabajo como limpiadora y su tenacidad hizo que pronto empezase a manejarse en castellano. "No he tomado clases. He aprendido en la calle, con la tele, leyendo y escuchando", explica.

En Valencia conoció a un joven que trabajaba como escolta "en el Norte". Empezaron a salir juntos y se fue con él a vivir a Elciego, donde siguió ganándose la vida como limpiadora. "No le conocía mucho, pero no tenía nada que ganar ni que perder. Vi algo de seguridad, alguien que te hace caso", confiesa.

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Meses después se trasladaron a Haro (La Rioja). Para entonces, Amelian ya se encontraba en situación irregular en España y había empezado a conocer la cara amarga de la emigración, ya que no consiguió algún que otro trabajo por ser rumana. "Me veían rubia y con ojos claros y ningún problema. Luego me preguntaban de dónde era y, cuando respondía que de Rumania, se les cambiaba la cara", rememora.

La joven admite que algunos de sus compatriotas no son "buenas compañías", pero pide a la gente que no generalice ni se deje llevar por los estereotipos. "No todos los rumanos son iguales. Duele mucho cuando no te dan la oportunidad de darte a conocer como persona. Existen todavía muchas fronteras mentales", insiste. Ante esta situación, y para no pasarlo mal, ha llegado a ocultar en alguna ocasión su origen, asegurando que era rusa.

Sin embargo, tampoco quiere generalizar y resalta las buenas experiencias que ha vivido. "En Haro estuve trabajando en casa de una juez, quien intentó incluso regularizarme, pero no había posibilidad", apunta. En esta localidad conoció a una chica que se convirtió en su mejor amiga y que le "abrió los ojos" en asuntos como las relaciones con los hombres. Y es que su pareja tenía una actitud dominante con ella e intentaba mantenerla "aislada". Tras un nuevo traslado, esta vez a Hondarribia, decidió romper con él.

Alexandra comenzó a trabajar en San Sebastián como empleada del hogar interna, con lo que resolvía el problema de la vivienda, en casa de un hombre separado con dos hijos a su cargo. Las cosas no le fueron bien. "Empezó a controlarme. Tenía celos. Me dio una especie de ultimátum: te vas o te quedas, pero si te quedas... Y me fui", relata. Lo único positivo que sacó de esa relación laboral fue el permiso de trabajo y residencia, aunque tras una rocambolesca historia demasiado larga de contar.

La joven consiguió otro trabajo como empleada del hogar externa, en el que continúa en la actualidad, aunque su sueño es estudiar "algo", no tiene claro qué, a lo que pueda "sacar provecho". Ahora reside en Hernani, donde colabora con la asociación multicultural Amer, en la que suele conocer casos de racismo. "Llevo cuatro años en España y estoy notando cada vez más rechazo, en general, hacia los inmigrantes", dice. Sin embargo ella, pese a las dificultades y a que echa de menos a su familia, toda la cual marchó a Italia, contempla su futuro en Euskadi. "Me veo de viejecita paseando a mi nieto por el parque y hablando castellano o euskera". ¿Sabe euskera? "Pixka bat [un poco]. Mi novio es euskaldún y algo se queda. Si me lo planteo, como soy cabezona, aprenderé".

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