Un diagnóstico moral
Reciente ganador de la Espiga de Oro de Valladolid, así como el premio a la mejor actuación, para el impecable Lazar Ristovski, Optimistas cierra una trilogía que su autor, el serbio Goran Paskaljevic, iniciara hace unos años con El polvorín (un crudo retrato de la violencia en la Yugoslavia de Milosevic) y continuara luego con la terrible, angustiosa Sueño de una noche de invierno, que afrontaba la amnesia que siguió a la traumática experiencia de las guerras balcánicas. Conocido por sus posiciones antinacionalistas, Paskaljevic ha terminado por constituirse en una suerte de barómetro moral para sus compatriotas: sus películas, nada complacientes (es más, acremente críticas, casi insoportables), son como aldabonazos en la conciencia colectiva, como violentas provocaciones con el objeto de convertirse para la discusión en artefactos para pensar.
OPTIMISTAS
Dirección: Goran Paskaljevic. Intérpretes: Lazar Ristovski, Mira Banjac, Bojana Novakovic, Tihomir Arsic, Víctor Savic. Género: drama, Serbia y Montenegro-Mónaco-España, 2006. Duración: 98 minutos.
Aire diferente
La que hoy nos ocupa tiene un aire diferente a las otras dos entregas de la trilogía, tal vez porque, aunque las intenciones no cambien, aquí se trata más de hablar en clave de humor negro, y no tanto de tragedia. El sentido último del filme lo da una frase del Cándido de Voltaire: "El optimismo es la manía de sostener, cuando todo va mal, que todo va bien". Desde ahí, y a través de cinco historias en las que sólo un actor se repite (Ristovki, justamente), el director muestra situaciones en las que lo siniestro se da la mano con una comicidad a veces un tanto forzosa, pero siempre efectiva.
A algún seguidor del cine del balcánico tal vez le parezca que la película está ligeramente por debajo del interés de sus entregas anteriores. A este cronista, no obstante, le importa que el retrato plural que del filme emerge es de una contundencia no muy distinta a la de, por ejemplo, Sueño de una noche de invierno, y sí mejor digerible. Y que al poner a sus contemporáneos ante el espejo deformante de una risa congelada, Paskaljevic sigue comportándose como un inmejorable moralista, como un crítico pertinente, como un tozudo buscador de la verdad. ¿Se le puede pedir más a un artista?
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