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Reportaje:

La fugaz revolución 'hardcore'

Un documental del festival In-Edit recorre la historia del 'punk USA'

No tenían ni idea de cómo tocar un instrumento, pero supuraban rabia contra la placidez burguesa. En su breve reinado, la escena hardcore atacó con furia el puritanismo abanderado por Ronald Reagan en Estados Unidos a principios de los años ochenta. Los biempensantes contemplaron entonces perplejos la eclosión en todo el país de bandas juveniles que se negaban a acatar las normas de sus padres. Emulaban el movimiento punk británico, pero le añadieron decibelios. Tantos, que en apenas seis años cayeron agotados, aunque su influencia todavía sigue hoy en pie. El documental American Hardcore, que estrena esta noche el festival In-Edit de Barcelona, recupera la lucha de aquellos jóvenes ácratas, convertidos con el tiempo en leyendas iconoclastas.

En la cinta, realizada al alimón por Paul Rachman y Steven Blush, no falta ni uno solo de los grupos que protagonizaron aquella efímera revolución contestataria, con los Bad Brains y Black Flag a la cabeza. El hardcore apareció en California como una reacción a la música que triunfaba en las emisoras de radio, tipo Fleetwood Mac y grandes éxitos de la New Wave, demasiado casposa para su gusto. El nombre lo tomaron de la industria del cine X. Optaron, claro, por la categoría más heavy, el porno duro (hardcore). No cantaban, berreaban. Con tres acordes mal aprendidos, electrizaban al público en conciertos ilegales organizados en fábricas abandonadas, casas deshabitadas o solares arrabaleros. Algunas canciones no superaban los 32 segundos de duración. En poquísimo tiempo, hasta la más pequeña ciudad tuvo su propio conjunto de punk made in USA.

Batallas campales

El ruido que organizaban no tardó en llegar a los noticiarios de la televisión. La causa: la violencia que se desataba en los encuentros de los hard-rockers, un mundo lleno de masculinidad salvaje fundado por los fornidos deportistas universitarios. Su forma de bailar consistía en lanzarse unos contra otros y, si se terciaba, apalear a los teloneros. Las batallas campales entre agentes de la policía y los miembros de esta tribu urbana lastraron la imagen de los adictos al hardcore, lo que provocó que se enrocaran todavía más en su marginalidad contracultural.

Sin embargo, los supervivientes de la movida punk, muchos de los cuales ofrecen su testimonio en el documental, no se arrepienten de nada. Todo lo contrario. Añoran una época en la que daban la espalda al mercado musical. "No soñábamos con triunfar. Para nosotros, el éxito era algo absurdo, como si un negro quisiera convertirse en el presidente del Ku Klux Klan. Lo hacíamos por diversión", recuerda un hard-rocker en el filme, que se enriquece con un impagable material de archivo en blanco y negro por el que transitan las mejores bandas de su embate provocador, como Adolescents, Minutemen, DOA, 7 Seconds, Poison Idea y muchas otras menos conocidas, carnaza de fanzines.

Juntos (y enfrentados) crearon una cultura que se basaba en un único principio: haz lo que quieras. Aunque la mayoría pasaba de la política, sí existía cierta identificación con la izquierda radical. Por eso, no aceptaron que los neonazis se apropiaran de su estética y aprovechaban cualquier ocasión para recordárselo a puñetazos. Y en 1986, la brutal energía del hardcore se funde sin más. No pudieron aguantar el segundo mandato de Reagan. Sus divos, como el hercúleo Henry Rollins, lucen todavía unas voces atronadoras y detestan la MTV. Ni siquiera reconocen herederos, aunque los tienen. No obstante, como se apunta en el filme, pocos circulan ya por el camino que ellos asfaltaron sin un centavo.

Leonard Cohen rompe su mutismo

Leonard Cohen tiene fama de artista esquivo. Su misantropía se acentuó cuando se hizo budista y decidió alejarse de los escenarios, pero la cineasta Lian Lunson ha conseguido con mucha paciencia una proeza: romper el místico mutismo del canadiense. En el documental Leonard Cohen. I'm your man, uno de los éxitos del festival In-Edit (www.in-edit.beefeater.es), que se clausura mañana, el cantautor habla al fin. Entre otros recuerdos, desempolva de la memoria su infancia en Montreal, una peculiar cita con Janis Joplin y su tranquilo retiro en un monasterio californiano.

Lunson reconoce que no fue fácil ganarse la confianza de Cohen y mucho menos lograr que se sincerara delante de la cámara. Las entrevistas se alargaron durante dos meses, tiempo necesario para que el músico constatase que la directora no quería bucear en su intimidad.

Las reflexiones de Cohen se combinan con imágenes de los homenajes que se le dedican en todo el mundo y adaptaciones de sus canciones a cargo de artistas de estilos dispares, como Rufus Wainwright, Nick Cave o The Handsome Family, entre otros. El documental, coproducido por Mel Gibson, se distribuirá en España a principios del próximo año, dentro de la colección Master Series, impulsada por el propio festival. Con este sello irán apareciendo en el mercado las películas más punteras que se exhiben en el certamen. Entre los primeros lanzamientos también figurarán Glastonbury, de Julien Temple, y Metal: a headbanger's journey, un ameno estudio antropológico sobre los amantes del heavy y sus greñas firmado por Sam Dunn y Scot McFadayen.

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