Courtemanche reflexiona sobre la felicidad y la muerte en su última novela
Gil Courtemanche, el Kapucinsky canadiense que descubrió el poder de la ficción cubriendo los desastres de Ruanda para la televisión de su país, vuelve a la novela, y ahora acaba de presentar en España Una muerte singular (Sirpus), en la que relata su manera de ver, a través del tiempo final de su propio padre, la enfermedad, la invalidez, la muerte. Como en Dublineses de Joyce, el escenario de esta ficción realista es una cena en la que la familia debate sobre las consecuencias del dolor. Es, también, una reflexión sobre la felicidad. "El error de Dios", dijo Courtemanche en Madrid, "fue inventar la felicidad y la muerte".
Fuma compulsivamente; es flaco, enjuto, tiene ya 61 años y conserva el espíritu de un periodista curtido en mil batallas. Pero está poseído por "el veneno" de la ficción, aunque no cree en ella. "No existe novela que no sea autobiográfica. El comienzo de esta novela es autobiográfico. Comencé a escribirla un 25 de diciembre, después de la cena familiar de Nochebuena. Me pasé tres horas mirando a mi padre comer mientras la gente a su alrededor le decía: 'No comas esto, no es bueno para ti, que te vas a morir...".
Esa noche, Gil habló con su madre y le preguntó: "¿Sabe padre lo que le sucede? ¿Entiende lo que le decimos? ¿Su mente está igual de enferma que su cabeza?". Y la madre le dijo: "Él entiende todo. Únicamente no puede articular lo que piensa". El padre, aquejado de una enfermedad degenerativa, ni siquiera podía escribir, "estaba totalmente solo, sabiendo que ya resultaba una carga. Me dije: ¡Dios! ¡Este hombre, que fue tan dominante en su vida, qué miserable es terminar así!".
Esa escena fue el principio de su libro, que contiene vestigios autobiográficos y rasgos que no lo son. Como Un domingo en la piscina en Kigali, basado en la tragedia en Ruanda, y que convirtió su nombre en una referencia mundial. "Cuando digo que la ficción no existe", afirma, "quiero decir que todo es una realidad llevada al extremo. Un escritor puede pensar en matar a alguien mientras está sentado en un café, pero no lo hace. Aunque quizá lo haga escribiendo...".
Una muerte singular evoca la eutanasia. "Yo estoy en contra", asegura el periodista. "Las personas que no quieren vivir más, que no lo soportan, tendrían que tener el derecho a morir, siempre que estén capacitadas mentalmente. Pero una pregunta fundamental que tendríamos que hacernos es qué hacemos con esta vida que cada vez es más larga". Pero el libro aborda estos problemas con humor. "¡En realidad", dice, "es un libro divertido sobre la muerte!, aunque la evidencia del dolor, y de la irremediable salida del dolor, es terrible, y nos lleva a pensar en lo peor que pudo hacer Dios: inventarse la felicidad y la muerte".
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