Putin tiene un plan
Vladímir Putin ha dicho que planea mantener un alto perfil político cuando abandone el poder en 2008. Es la primera vez que el presidente ruso, de 54 años, aborda directamente el tema de su futuro, una vez que ha decidido no modificar la Constitución para optar a un tercer mandato, lo que podría hacer sin dificultades dado el apoyo con que cuenta, más del 70% de aprobación popular, y su férreo control tanto de la aritmética parlamentaria como de las palancas del poder.
La afirmación de Putin es cuando menos inquietante y demuestra definitivamente, si es que hubiera necesidad de ello, que el antiguo espía se considera sólo relativamente sometido a los mecanismos del sistema democrático. Putin encandiló a muchos cuando prometió, ya en tiempos lejanos, que haría de su presidencia "la dictadura de la ley". En su lugar, el país que dirige se ha configurado como un Estado donde todo el poder confluye en su persona. Para conseguirlo, el líder ruso no ha dudado en abolir elecciones regionales, encarcelar a oponentes políticos, controlar las televisiones o nacionalizar parte de la industria energética.
La vaguedad de Putin en su respuesta a las preguntas ciudadanas no permite imaginar qué tipo de tutela sobre los destinos de su país pretende reservarse. Quizá una fórmula parecida a la de Deng Xiao Ping, convertido tras abandonar todos sus cargos relevantes en una especie de supremo sancionador del rumbo chino. Los acontecimientos recientes, sin embargo, reconfirman la alarmante deriva de Moscú bajo el mandato de Putin. Desde el resurgir del nacionalismo xenófobo hasta la escalada represora contra Georgia y los georgianos de Rusia, pasando por coacciones a las firmas petrolíferas foráneas para que acaten los designios del Kremlin. Considerar a Rusia bajo la "dictadura de la ley" es un cruel sarcasmo en un país donde florecen los asesinatos por encargo y una periodista como Anna Politkóvskaya ha pagado con la vida su perseverancia ética en la denuncia de los atroces excesos de Chechenia.
Rusia cabalga una ola de prosperidad sin precedentes gracias a los precios de sus recursos energéticos. Pero es un régimen autoritario e intolerante en el que el populista Putin, imbuido de una idea imperial, utiliza su control del Parlamento, la inexistencia de un poder judicial y la agónica debilidad de las instituciones para hacer y deshacer a su antojo. El país necesita justamente lo contrario. En un escenario donde funcionen sin cortapisas los instrumentos del Estado de derecho, no cabe para Putin ningún papel salvífico cuando se retire de los focos.
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