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La compra de YouTube y un asesinato en Moscú

El sábado 7 de octubre, casi al mismo tiempo que se informaba al mundo de que Google estaba pujando para pagar 1.650 millones de dólares por YouTube, una página web de descarga de vídeos nacida hace dos años, la prestigiosa periodista rusa Anna Politkóvskaya fue asesinada a tiros en Moscú. Politkóvskaya escribía sobre las violaciones de los derechos humanos en Chechenia. Era además una crítica muy destacada del presidente ruso, Vladímir V. Putin, y las autoridades rusas califican su muerte de asesinato político.

La adquisición de YouTube y el asesinato de Politkóvskaya son dos hechos que no guardan relación entre sí. Sin embargo, ambos ofrecen pistas significativas sobre las fuerzas que determinan cómo se produce, distribuye y consume la información en el mundo actual. YouTube es es el arquetipo de los "nuevos medios", con sus inmensas posibilidades y sus sorprendentes repercusiones. Politkóvskaya representa los "viejos medios", y literalmente tanto sus dificultades para sobrevivir como su indispensable valor.

No cabe duda de que las nuevas tecnologías están cambiando la forma que tenemos todos de obtener y entender la información. Se tiende a que cada uno "busque" lo que quiere ver, leer o escuchar, en vez de aceptar pasivamente lo que escogen los directores o los productores.

La fascinación que provoca el efecto transformador de todo esto permite olvidar con facilidad algo que es esencial para el proceso de la información: los mensajeros de los "viejos medios" como Anna Politkóvskaya. O como los dos periodistas alemanes asesinados en Afganistán ese mismo día. O sus 75 colegas muertos en lo que va de año en 21 países, además de los 58 que murieron el año pasado, según la Asociación Mundial de Periódicos, que tiene su sede en París.

Algunos de los periodistas muertos se vieron atrapados en el fuego cruzado de feroces guerras; otros fueron perseguidos para impedir que contaran lo que habían visto. Este año han muerto en Irak, hasta ahora, 26 periodistas y miembros de equipos informativos (cámaras, técnicos de sonido y otros); por ejemplo, Hadi Anawi Joubouri, reportero y representante del Sindicato Iraquí de Periodistas en la provincia de Diyala, que murió por disparos el mes pasado en una carretera al norte de Bagdad.

Pero los periodistas no mueren sólo en Irak o sólo a manos de terroristas. Los periodistas que investigan y denuncian a políticos corruptos, el crimen organizado o el asombroso poder de los traficantes ilegales de personas, drogas o armas también son frecuentemente asesinados.

En lo que va de año, han sido asesinados periodistas en 21 países. En la República Dominicana, Facundo Labata, que había escrito sobre el narcotráfico, fue tiroteado mientras jugaba al dominó en Santo Domingo. En Sudán, se descubrió el cuerpo decapitado de Mohammed Taha Mohammed Ahmed, director del periódico Al Wifaq, a las afueras de la capital, Jartum. El año pasado le habían juzgado por reproducir un artículo considerado blasfemo. Ogulsapar Muradova, una corresponsal de Radio Free Europe / Radio Liberty acusada de dañar la reputación de Turkmenistán, murió mientras se encontraba bajo custodia de dicho país. Sus hijos dijeron que tenía señales en el cuello y una "gran herida" en la cabeza.

Estos asesinatos, como el de Politkóvskaya, son prueba de cuánto importa el mensajero. Insurgentes, criminales, terroristas y políticos corruptos comprenden a la perfección que son los meses o años que dedican los periodistas profesionales a escarbar -muchas veces, sin el apoyo de sus empresas mediáticas tradicionales- los que acaban dejando al descubierto las fechorías.

Por supuesto, las nuevas tecnologías amplían las opciones de los medios de comunicación y de los "mensajeros" a la hora de prestar servicio público y, en ocasiones, aumentan la resonancia de los periodistas profesionales. No hay más que preguntar a los londinenses sobre la fuerza política de las imágenes de los atentados cometidos en el metro y los autobuses, captadas con teléfonos móviles y volcadas en Flickr, una página web de descarga de fotografías, o a los residentes de Nueva Orleans sobre el poder de los blogs que informaron sobre los insuficientes esfuerzos de socorro tras el huracán Katrina, o al senador republicano George Allen, de Virginia, sobre la persistencia de unos comentarios que hizo, calificados por muchos de racistas y que se difundieron a través de YouTube.

Es más difícil callar a los millones de periodistas aficionados provistos de fotos, vídeos y blogs que a una periodista molesta y tenaz como Politkóvskaya. No obstante, las investigaciones de esta última y la labor de otros profesionales proporcionan la prueba inequívoca y el "contenido" creíble -documentos, fuentes, detalles comprobados una y otra vez- que necesitamos desesperadamente en una sociedad funcional, civilizada, democrática y, en definitiva, libre.

El comité del Nobel ha encargado un informe sobre la vinculación entre paz y cobertura informativa. "La buena información puede ser esencial para la paz", dijo Geir Lundestad, secretario del comité. "Una información precisa... a menudo puede reducir el conflicto".

YouTube, Google, Flickr y otros muchos sitios de Internet ofrecen valiosas herramientas para mantenernos informados. Pero no pueden sustituir a Politkóvskaya y sus colegas.

A las sociedades se las juzga por cómo tratan a sus ciudadanos más vulnerables. Nuestra sugerencia es que, además de ese cálculo, debería tenerse en cuenta si hay periodistas amenazados, atacados y asesinados. Díganos cuántos periodistas murieron asesinados en su país el año pasado, y le diré qué tipo de sociedad tiene.

Susan D. Moeller es directora del Centro Internacional de Medios y Agenda Pública en la Universidad de Maryland. Moisés Naím es director de la revista Foreign Policy y autor de Ilícito: cómo traficantes y contrabandistas están cambiando el mundo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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