Réquiem por un tripartito
EL OTRO DÍA, en el Parlamento, se escenificó con toda la solemnidad que estas cosas exigen el réquiem por el tripartito. Huyendo de los votos de sus primeros socios de legislatura, el Gobierno de izquierda buscó con afán y por los medios habituales a su alcance -o sea, utilizando de nuevo las contrastadas habilidades negociadoras del más político de los supervivientes de la vieja generación, Alfredo Pérez Rubalcaba- la connivencia del nacionalismo de derecha para sacar adelante su proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Cumpliendo una vez más al pie de la letra el viejo guión, gobierno de izquierda y nacionalismo de derecha intercambiaron sus cromos: votos -o abstenciones- por millones. Así ha sido siempre desde que inventamos el Estado de las antes llamadas autonomías; así es ahora; así será en el previsible futuro.
Lo único nuevo en la ocasión, y lo único que suscita cierta melancolía -sentimiento, por lo demás, completamente ajeno y del todo perjudicial para la vida política- es que la connivencia de PNV y CiU con el Gobierno se produce después del fracaso del primer experimento de coalición de izquierdas que comenzó a gobernar, primero en Cataluña, hace tres años, y luego en España, hace dos y pico. No eran coaliciones del mismo alcance, ciertamente: la primera era una coalición de gobierno; la segunda, sólo de Parlamento, de legislatura. Pero, en fin, entre ambas, y con la llegada al poder de políticos de una nueva generación que adoptaron como seña de identidad la masiva y forzosa jubilación de la generación precedente, parecía haberse abierto una nueva avenida a la política española en toda la amplitud del concepto, esto es, incluyendo en política española una nueva base de relación entre los partidos de ámbito estatal y el Gobierno del Estado con los partidos nacionalistas y los Gobiernos catalán y, tal vez, si el experimento funcionaba, vasco.
Para que el experimento funcionase era imprescindible que esas coaliciones de izquierda, en Barcelona y en Madrid, hubieran sabido liderar, con responsabilidad y disciplina, el proyecto estrella de su programa político: la reforma del Estatuto de autonomía de Cataluña. Pronto se vio, sin embargo, que ese proyecto ni estaba pensado ni era compartido: cada cual tiró de la guita para ver quién se hacía con todo el muñeco. En esa puja al alza, el Gobierno del PSOE llegó a temer por su vida y, en una maniobra que dejó no ya a sus socios sino a su partido hermano de Cataluña con un palmo de narices y toda la hierba segada bajo los pies, su presidente cambió de socio en medio de la tumultuosa navegación. Al tripartito, nacido entre grandes expectativas, con pactos solemnemente firmados y sonrisas de oreja a oreja, se le abrió un fenomenal boquete bajo su línea de flotación.
El otro día, en el Parlamento, la navegación ha terminado sin llegar a puerto y las aguas vuelven a su más que trillado cauce. Zapatero y Mas son como González y Pujol redivivos ¡y tienen los mismos años por delante! Antes, en los tiempos de González y Pujol, el apoyo de CiU al PSOE en el Parlamento español se compensaba con el apoyo -o al menos la neutralidad- del PSC a CiU en el Parlamento catalán: cada cual gobernaba en solitario y sin sobresaltos los territorios de su jurisdicción. La hipótesis de gobiernos de coalición en Madrid como en Barcelona estaba por completo descartada, y bien que lo aprendió en sus carnes algún diputado catalán impaciente por saltar al banco azul desde su escaño en el Congreso. Recíprocamente, si la hipótesis de un nacionalista catalán en el Gobierno de España ni se contemplaba, tampoco se tomó nunca en serio que un socialista catalán pudiera acceder al Gobierno de la Generalitat.
Por supuesto, en Barcelona como en Madrid, todo el mundo daba por descontado que ningún candidato socialista desplazaría nunca a Pujol de la presidencia de la Generalitat. ¿Se cumplirá también ahora, corregido y ampliado por posibles gobiernos de coalición, por esa sociovergencia de la que todo el mundo habla, el viejo guión? Sólo faltan diez días para saberlo. Lo único que a estas alturas del rocambolesco curso de la política catalana se puede decir es que todo el mundo que cuenta en la política catalana y española no quiere ni oír hablar del tripartito. Sólo ICV-Verds mira hacia atrás con la melancolía propia de quienes lamentan las ocasiones perdidas. Y eso fue el tripartito en Cataluña: un viaje a ninguna parte que quedó interrumpido a mitad de ningún camino.
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