_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Sir' Pou

Marcos Ordóñez

Pocos premios tan merecidos y que me hayan alegrado tanto. Hace tiempo que el público, la crítica y sus compañeros consideran a Pou uno de los indiscutibles maestros de nuestra escena. Maestro por su sabiduría actoral y por una trayectoria ejemplar, nacida de la selección y el compromiso, de haber dicho muchas veces que no a propuestas que en nada encajaban con su modo de entender el teatro y la vida.

A mí me alegra muchísimo este premio, ya digo, porque es el equivalente al título de sir que sin duda ya tendría en el bolsillo de haber nacido en su adorada Inglaterra. José María Pou es esa rara figura que suele llamarse "un hombre de teatro". Total, absoluto: una pasión absorbente, brotada en la adolescencia, guiada por tutores de lujo (por encima de todo, siempre, el gran José Luis Alonso, su padre profesional) y que le ha llevado a amar de modo rotundo todo lo que tenga que ver con su profesión en cualquiera de sus facetas. El premio le llega en la más pura asunción de esa hermosa figura, justamente cuando se encuentra girando, y con un éxito descomunal, al frente de La cabra, de Edward Albee, obra de la que es traductor, director, empresario y primer actor (es decir, un actor-manager completo, para seguir con la equivalencia británica).

Hace muchos años que tengo el honor y el placer de ser amigo de José María. Todo lo que he aprendido de él es incalculable. Me ha descubierto obras y autores -tantas llamadas pletóricas, desde Broadway o cualquier punto de España: "Has de correr a ver esto"-; hemos viajado juntos y juntos nos hemos emocionado ante funciones que ya son historia; hemos compartido charlas eternas y, sobre todo, me ha regalado su concepto generoso e indesmayable de lo que ha de ser una vocación teatral plena, comprometida y constante: jamás le he visto dar un traspiés ni aceptar un papel por razones alimenticias, ni rebajar sus exigencias, siempre altísimas, para consigo mismo y para su público.

José María debutó nada menos que con el mítico Marat-Sade de Marsillach y creció en la escuela del mejor teatro de repertorio, en la época dorada del María Guerrero. Tras el magisterio de Alonso, trabajó a las órdenes de Paco Nieva, de Osuna, de Narros y de José María Morera, entre otros muchos. Fueron casi veinte años pateándose España, con el corazón en Madrid, antes de retornar, por la puerta grande, a su Cataluña natal, a instancias de Herman Bonnín, que le llamó para interpretar al Lamberto Landisi de Así es, sí así os parece, en 1987. Desde entonces, su lista de actuaciones memorables desbordaría el espacio de este artículo. Me gustaría citar aquí al sulfúrico Cardenal Cibo del Lorenzaccio de Flotats, o aquel extraordinario Amado monstruo de Tomeo, dirigido por Nichet, o el conmovedor "hombre de la flor en la boca" de Desig, una de las piezas maestras de Benet i Jornet, a las órdenes de Sergi Belbel. O el efervescente Senex de Golfus de Roma (el musical, otro de sus amores incombustibles), armado en Mérida por Mario Gas. O, ya en el breve pero intensísimo Nacional de Flotats, dos trabajos tan antagónicos como el salvaje Roy Cohn de Ángeles en América, o el bondadoso doctor Dorn de La gaviota.

El año 1998 es el de Arte, de Yasmina Reza, uno de los éxitos más grandes de su carrera, que desde entonces no hace sino subir y afrontar nuevos retos: en la misma temporada, el monólogo de Bartleby el escribiente y Skylight, de David Hare, Y, al año siguiente, su primer Shakespeare, el Rey Lear de Calixto Bieito, atreviéndose a abordar una propuesta rompedora y extenuante con el coraje y el sentido del juego de ese niño eterno que nunca ha dejado ni dejará de ser, para gran suerte de nuestro público y nuestro teatro.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_