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La primera antológica dedicada a Zamacois rescata del olvido su pintura preciosista

El Museo de Bellas Artes presenta sus obras junto a las de Fortuny y Meissonier

Eduardo Zamacois (Bilbao, 1841-Madrid, 1871) alcanzó en su corta vida el éxito internacional como pintor, pero tras su muerte poco a poco fue cayendo en el olvido. El Museo de Bellas Artes de Bilbao quiere reconocer su trabajo con la primera exposición antológica dedicada a su pintura preciosista, con sus escenas de costumbrismo histórico, sus príncipes y sus bufones. La obra de Zamacois se presenta rodeada por lo que fue su ambiente en París: los trabajos de su maestro Ernest Meissonier (Lyon, 1815-París, 1891) y de su amigo Mariano Fortuny (Reus, 1838-Roma, 1874).

La exposición Zamacois, Fortuny, Meissonier, inaugurada ayer en la sala BBK del Museo de Bellas Artes, reúne 68 piezas del pintor bilbaíno del centenar que integran el conjunto de su obra, aún sin catalogar. Las pinturas de Zamacois, óleos de pequeño formato en los que pintaba escenas históricas del siglo XVII, temas eclesiásticos, bufones y toreros, se exponen junto a las de su maestro Meissonier, en cuyo taller fue admitido en 1861, poco después de trasladarse a París para completar su formación artística. "Fue un pintor de su tiempo, interesado por la historia y la literatura, y pintó condicionado por esa temática", explicaron los comisarios de la exposición, los historiadores Javier Novo y Mikel Lertxundi. Ocho cuadros de Meissonier recuerdan que Zamacois aprendió de su maestro francés "el rigor en el dibujo, la pincelada preciosista, la puesta en escena, el trabajo en pequeño formato y la coloración nítida".

Zamacois introdujo en el mercado del arte de París a Fortuny, una decena de cuyas obras se pueden apreciar en la exposición. Testimonian que aquella amistad sirvió a Zamacois para aprender a pintar con acuarelas y renovar el empleo de la luz en sus cuadros. La exposición se ha iluminado con luces focalizadas sobre las obras con las que los comisarios quieren recrear el ambiente de las casas burguesas para las que fueron pintadas.

Zamacois realizó la mayor parte de sus piezas sobre tabla, en un formato pequeño. El material facilitaba la pincelada precisa y el detalle, conseguidos con una técnica más rápida y minuciosa que la pintura sobre lienzo. Así lograba los brillantes acabados tan apreciados por los clientes de la época, que permiten descubrir su maestría al plasmar los aspectos más nimios de las escenas.

La exposición incluye la pintura Carretero (1866), una rareza en el conjunto de la obra de Zamacois. En ella abandona la temática histórica y se centra en un personaje urbano del París de su época, retratado sobre un fondo de pinceladas sueltas. Su temprana muerte impide resolver la incógnita que arroja la obra: ¿se trataba del avance de una intención de cambio o fue una simple anécdota?

Un inquieto cosmopolita

Javier Novo y Mikel Lertxundi, comisarios de esta primera antológica dedicada a Eduardo Zamacois, han descubierto al seguir el rastro del pintor a un joven cosmopolita, con un gran sentido del humor, inquieto y con una habilidad destacada para las relaciones sociales. "Zamacois ayudó a otros pintores a establecerse en París, les pusó en contacto con artistas y con los personajes fundamentales en el mercado del arte del momento", recordaban ambos ayer.

Con tantas virtudes para las relaciones públicas, a Zamacois no le costó esfuerzo entrar en el círculo de amistades de su maestro Ernest Messonier en París, frecuentar las tertulias de los pintores Jean-Léon Gérôme y Léon Bonnat y la princesa Mathilde Bonaparte, cultivar la amistad del escritor Alejandro Dumas hijo y destacar en la numerosa colonia de artistas españoles.

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