"Me hubiera gustado vivir en los años treinta"
Vicente Molina Foix se ha arriesgado con una novela epistolar (El abrecartas, Anagrama) y la ha llenado de personajes, partiendo de Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Federico García Lorca y Rafael Alberti, hasta personajes -reales o inventados- de la actualidad. Desde los años treinta -en los que él mismo hubiera querido vivir- hasta el presente: un fresco literario en el que interviene inventando cartas, algunas no tan inventadas, como la de Camilo José Cela -pero con otro nombre- ofreciéndose a delatar. Éstas son sus reflexiones sobre lo que ha querido hacer.
Pregunta. Sorprende el libro. ¿Le sorprendió a usted?
Respuesta. Me raptó. Lo empecé como una carta que un compañero de colegio le escribe a Federico. Y lo pensé mirando una foto escolar del poeta; allí está, muy pequeñito, con un abriguito y un sombrero. En el libro hay personajes que son como fantasmas que flotan. Y esos fantasmas me fueron raptando. Escribí a ciegas, hasta que en el libro se me apareció Vicente Aleixandre... Sí, me sorprendió.
"En 'El abrecartas' hay personajes que son como fantasmas que flotan. Y esos fantasmas me fueron raptando"
"Aleixandre es un grandísimo poeta sobre el que no hay una biografía real. Hay una especie de limbo sobre él"
P. ¿Y cuál fue el chispazo?
R. Un viaje a Suiza, con escritores, para hablar de la emigración española a aquel país. Me pidieron una ponencia, y lo que conté fue la historia de dos emigrantes a través de sus cartas: un joven emigrante político que huía de la represión en la universidad y un hombre que iba allí a trabajar, como tantos... Y en este libro todo son cartas, no hay autor, por decirlo así, es un autor en la sombra. Eso, acaso, permite hablar más abiertamente de pasiones y de historia, mayúscula y minúscula.
P. Un riesgo grande, una novela epistolar. Remite al siglo XIX.
R. Ese riesgo lo tuve presente siempre. Había leído una novela del norteamericano John Barth, Letters (Cartas), un ejercicio retórico sobre el estilo de las cartas... Y lo que yo quería contar era la vida de una gente que está como mirando por la ventana de la historia, y que eso mantuviera fijo al lector en la propia historia, en la que ellos ven y en la que ellos viven íntimamente. Y todo ello creando un vilo, una expectativa. Que se mantuviera el edificio de la novela.
P. El libro nos introduce en seguida en la Guerra Civil, desde que uno lee el nombre de Federico...
R. Es una carta que le escribe un joven campesino, que le conoció en la escuela... Luego el chico mejora su vida, se hace actor, se mete en La Barraca... Por esa vía se llega a Aleixandre, a Miguel Hernández... Y después hay más personajes reales. Y hay otros que me invento, pero algunos que son reales la gente está pensando que son inventados. Los igualo, los hago actuar desde su intimidad...
P. Hay una carta de un personaje ofreciéndose a la policía como confidente.
R. La carta de Cela; es una carta glosada, por así decirlo, y en el libro aparece como de Ramiro Fonseca... Hay un libro de Roberto Mesa, que reproduce informes anónimos de la Brigada Social del franquismo; he tomado muchas cosas de ese libro, y las reescribo. Está, por ejemplo, la revuelta de los jóvenes del 56... Hay, como te digo, cartas de Aleixandre, pero no son las suyas, son las que yo le invento... Yo tengo 95 cartas de Vicente, pero ésas no las he usado. Algunas de las cosas que Federico le dice a Vicente cuando éste le presenta a Andrés Acero (que existió, en efecto, y tuvo un gran impacto sentimental sobre Aleixandre), son inventadas por mí, pero son muy lorquianas...
P. ¿Y no ha tenido la tentación de que Aleixandre lo protagonizara todo?
R. Lo pensé. A Aleixandre lo conozco mucho; lo conocí cuando yo tenía 17 años, gracias a Gimferrer. "Vete a verlo, es muy generoso con los jóvenes", me dijo Pere. Y ahí empezó una amistad profunda. Un grandísimo poeta sobre el que no hay una biografía real. Hay una especie de limbo sobre Vicente; parece que era, tan sólo, una persona de chaleco, tumbado en un sofá y recibiendo. Pero también era una persona llena de humor, de picardía, y de pasión por la vida, y de pasiones amorosas varias... Cuando me contó su historia con Andrés Acero fue una tarde que nunca olvidaré; no lloré delante de él, pero me conmovió mucho. Me sorprendió la intensidad de la pasión amorosa de Vicente, que está muy clara en sus libros pero que ahí parece como real. Y me conmovió saber cómo la historia -y en este caso la historia de la Guerra Civil- puede cambiar la vida de las personas. Acero se fue al exilio, a México, Vicente se quedó, enfermo, su casa de Velintonia abandonada... Dudé si el libro podía ser más de Vicente. La novela tiene sus reglas, en general, y ésta no es una excepción. Fue por donde ella quiso. ¿Una biografía? Yo no soy biógrafo, ¡que la haga Ian Gibson!
P. ¿Por qué hay tanto silencio sobre la vida de Aleixandre, habiendo tenido tantos amigos alrededor?
R. Él favorecía la discreción en torno a su vida privada. Y también ocurre que algunas de las personas implicadas en la vida amorosa de Vicente aún viven, al menos una vive. Pero un día le pregunté, delante de amigos, si a él le importaría que se contaran, y dijo entonces: "Un día moriré, y cuando haya muerto Conchita", que era su hermana, "ya podréis contar lo que yo os he contado, lo que sabéis y lo que habéis vivido". En el volumen de cartas de Aleixandre, preparadas para Visor por un estudioso, Alejandro Duque Amusco, hay una cronología. En algún momento dado, en 1934 o 1935, dice: "Conoce a Andrés Acero". Acero no era nadie, por así decirlo, no es Rafael Alberti, pero ahí está. Es determinante.
P. ¿Hay un límite para un escritor sobre lo que puede contar de la vida privada de otros?
R. El de la fidelidad a los secretos. El buen gusto y el decoro. Pienso que lo he guardado.
P. El libro va de la Guerra Civil hasta el año 2000. En esta especie de viaje de enviado especial a todo, ¿le ha sorprendido algún descubrimiento?
R. El otro día me decía Félix de Azúa que había conseguido un contrapunto entre las voces oficialistas y las progres, y que un día los estudiosos del siglo próximo la verán como El Jarama. Le dije que exageraba, pero sí, creo que he intentado crear ese contrapunto, y para eso me ha servido la figura de Ramiro Fonseca, que es el que firma la carta que parece la carta de Cela.
P. En todo ese tiempo que cubre la novela, ¿en qué cartas le hubiera gustado vivir a usted?
R. Aunque hubiera estado condenado al fracaso y a la tragedia me hubiera gustado vivir en los años treinta. Los viví, en cierto modo, oyéndoselo contar a Aleixandre, ¡cómo narraba Aleixandre! Era un momento en que España parecía que iba a salir de su atraso y de su paletería. Hubiera conocido a gente como Federico. Un momento artístico maravilloso. Ésa hubiera sido la carta que me hubiera gustado escribir en persona.
Babelia
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