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Columna
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Insostenible sostenibilidad

Jesús Ruiz Mantilla

ANDRÉS GARCÍA RECHE

Sólo avanzada ya mi vida me di cuenta de cuán fácil es decir "no lo sé", sentenció en cierta ocasión el escritor W. Somerset Maugham, con una clarividencia digna de elogio. Y tenía toda la razón. Conforme vamos cumpliendo años cada vez nos invade más la sensación de que ni las cosas son tan claras como pensábamos ni sabemos tanto como creíamos. Por eso es tan natural que edad y prudencia caminen casi siempre juntas. Digo "casi siempre", y no "siempre", porque da la impresión de que existen determinadas profesiones, la política por ejemplo, perfectamente preparadas para resistir con éxito la aplicación de esta norma general.

Observen, si no, la alegría con la que ciertos políticos expresan frecuentemente frases, que se pretenden de gran enjundia, pero que, sin embargo, disponen de escaso o nulo fundamento. O lo que es peor, sin saber siquiera de qué están hablando. Y no me refiero solo a la insólita recomendación del presidente de las Cortes, Julio de España, a los diputados, durante el debate de la moción de censura, requiriéndoles para que "pidieran la vez" si es que deseaban hablar. Eso va mucho más allá de lo esperable y me reconozco incapacitado para acometer un análisis sosegado con garantías.

Me refiero más bien a esa obsesión que parecen tener los responsables de la cosa pública por afirmar su compromiso inalienable con la sostenibilidad. Habrán notado que en los últimos tiempos, a pesar de los abundantes desaguisados urbanísticos producidos a la vista de todo el mundo, los desastres naturales, provocados o no, la destrucción sistemática del territorio y del paisaje, el avance de la desertización, el calentamiento global, el agotamiento de recursos naturales no renovables y de numerosas especies vivas, entre otros muchos y lamentables asuntos, aquí todo el mundo habla de sostenibilidad, con un desparpajo digno de mejor causa. No hay comparecencia pública de conseller (o de alcalde, que de todo hay) que no justifique su política depredadora bajo el término de sostenible. Para sorpresa del mundo civilizado (que suele estar casi siempre más al norte), aquí todo es sostenible: la construcción, el turismo, las carreteras, los trasvases, los aeropuertos, los parques temáticos y hasta la tala de árboles con fines urbanizadores.

Comprenderán que a mi edad yo ya no soy nadie para dar lecciones de nada, tampoco de sostenibilidad, pero sí me permitiría recomendar que cuando un responsable político utilice términos ya definidos con antelación pidan a sus asesores las referencias bibliográficas necesarias para no hacer el ridículo, al menos cuando hablen de ello en público. Por ejemplo, en el caso de que alguien sienta de nuevo un impulso irrefrenable de proclamar las bondades de su política de desarrollo sostenible, les informo de que este término ya quedó definido en 1987, en una comisión de la ONU, denominada Our common future, presidida por G. H. Brundtland. Desarrollo Sostenible, decía en su informe, es aquel que satisface las necesidades de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas.

A pesar del carácter algo genérico de la definición, lo cierto es que nadie, hasta hoy, cuestiona el fondo de la misma. Incluso las empresas multinacionales más responsables asumen ya explícitamente esta definición y comienzan a diseñar sus estrategias de negocio en base a la sostenibilidad (a través del llamado triple balance: económico, social y medioambiental).

Lo novedoso de la declaración Brundtland, frente a los modelos económicos al uso, es que pone el énfasis en una visión a largo plazo del crecimiento, obliga a la consideración de los efectos externos negativos derivados de éste, llama la atención sobre la existencia de ciertos límites físicos que deben ser previstos, sugiere la incorporación de los recursos naturales no renovables, la biodiversidad y el medio ambiente como variables del modelo, y aboga por la relevancia del desarrollo humano equilibrado a escala planetaria.

Naturalmente, es muy probable que Vd., a la vista del desolador panorama que en tales materias se haya desplegado ante sus ojos, tenga la tentación de preguntar ¿pero de qué puñetas están realmente hablando nuestros políticos cuando hablan de sostenibilidad? Está en su derecho, sin duda; pero le aconsejo que no lo haga. Descubrirá que no lo saben; y entonces, ¡ay!, perderá toda esperanza.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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